Dinolandia

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Estamos gobernados por dinosaurios y dinosaurias. ¡Yo sé que no tiene femenino, pero debo ser políticamente correcto!

Nadie pretende que un gobierno arregle el país en 100 días. No se trata de eso. De hecho, esa meta artificiosa solo es útil para comentaristas: para definir tono, prioridades, liderazgos y retos de un gobierno en ciernes.

Pero en medio de las expectativas de muchos buenistas y acomodados de la política, la prensa, la “opinión” nacional y, sin duda, una parte de la población “mamada” de la política y las campañas, lo inesperado está sucediendo: ¡EN CIEN DÍAS SÍ SE PUEDE DESTRUIR LA ESTABILIDAD ECONÓMICA NACIONAL!

Dirán, claro, que exagero. Que no es cierto. Que no es culpa de Petro. Que ahora sí es culpa de los mercados internacionales.

Pero, como advierte José Miguel Santamaría, con 2n 0u % de devaluación desde el 19 de junio, con una caída de los ADR de Ecopetrol (nuestra principal empresa y fuente fiscal) del 49 % en el mismo periodo, con el encarecimiento del crédito para Colombia en relación con sus pares emergentes (EMBI), con el aumento de la tasa para los títulos de deuda pública (TES), la cosa no pinta bien.

Y si se miran otros indicadores y encuestas, ocurre igual. La confianza de consumidores, inversionistas extranjeros y sector empresarial, todas decaen. No hablemos de inflación, frente a la cual sí debieron tomar medidas de choque los mesías entrantes; incluso desde el empalme y no lo han hecho, salvo el reciente acuerdo en tarifas de energía eléctrica.

Dirán de nuevo que no es su culpa. Que la recesión es inevitable, que el huracán, que la oligarquía, que la inercia burocrática y el enemigo interno (como en el Cauca, donde Petro ya se excusó de sus locas promesas de entregarle medio país al activismo indígena), que es culpa de la Reserva Federal, de la Junta Directiva del Banco de la República, de la muerte de la Reina Isabel o del calentamiento global.

Pero no es eso. En gran medida, la perspectiva económica se deteriora por dos factores: estilo y fondo. El estilo: atrabiliario, improvisado, altisonante, torpe, brusco e irreflexivo. El fondo: caduco, atado a premisas irreales, resucitando mitos paleontológicos, signado de intereses especiales y facilismos retóricos.

En suma, estamos gobernados por dinosaurios y dinosaurias. ¡Yo sé que no tiene femenino, pero debo ser políticamente correcto!

¿Y qué definió al reino de los dinosaurios? Eran muchos, hambrientos, pisoteaban y rompían todo y, sobre todo, cagaban mucho. De hecho, las heces de los dinosaurios son, con la vegetación que pisaban, responsables de gran parte del petróleo que hoy los dinos y dinas del Pacto Histórico rechazan fanáticamente. Pero me estoy desviando.

Según el RAE, cagarla tiene dos acepciones: hacer del cuerpo, como dicen coloquialmente; también “manchar, deslucir, echar a perder algo”.

Colombia se enfrenta a estas dos terribles acepciones cuando actúan y, sobre todo, cuando hablan los miembros del gabinete y el Tiranosaurio Rex, rey de reyes de todos los dinos y dinas.

No interesa que el Diplodocus Ocampus se la pase recogiendo las cagadas. El efecto de las heces es demoledor. El hedor que impide respirar al sector productivo, el pegote que cubre todo y la evidencia de que cagan sin pensar a pesar de los efectos reales, aterra a propios y extraños.

Pero no es solo el estilo; es el fondo caduco, retrógrado y destructor de los dinos y dinas lo que nos está matando.

Petro Rex quiere acabar la autonomía de la Junta Directiva del Banrep, devorar el ahorro pensional y recrear la lucha de clases, razas y regiones; Diplodocus Ocampus, con la cabeza en las nubes de impuestos e indiferente y sordo con el empresariado que le ruega no destruya su impulso productivo; la velocirraptora Corcho devora EPS y prepara el raponazo de la salud; el volador Pterodáctilo Leyva rescata tiranos corruptos en toda Latinoamérica y Allende el mar busca legitimar a Putin y a Xi Ping; la Estegosauria Ramírez aprovecha su caparazón para ser indiferente ante la destrucción de fuentes de empleo, encarna su falta de cerebro proponiendo arreglar la inflación con control de precios y quiere empalar a los empleadores con sus chuzos de cola; el Carnotauro Velásquez ha devorado gran parte del liderazgo de la fuerza pública y pretende despedazar a nuestros soldados y policías con sus prejuicios obsesivos y sus fantasmas del pasado, hasta destruir adrede la capacidad operativa de la fuerza; el Diloposaurio, Danilo Rueda, lanza el veneno mortal de la impunidad a diestra y siniestra y pretende hundir al país y sus líderes reviviendo las alucinantes negociaciones con narcos y terroristas.

Imposible olvidar a la Bambiraptora, la ministra Vélez, quien inspira ternura con su rostro, ignorancia, candidez y esa pequeña nariz que ha convocado la solidaridad de incautos, mientras apuñala el futuro energético y financiero de Colombia en el altar de los frenéticos seguidores del culto ambientalista.

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