DUQUE VISITA SAMANIEGO

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Por Daniel Samper Ospina

Son las ocho de la mañana y el presidente de la República baja a la cocina y picotea los sobrados que encuentra en la primera estufa de la nación.

—¡A raspar la olla, como dijo el ministro Carrasquilla! —bromea con el personal de cocina, excompañeros todos de la Facultad de Derecho de la Sergio Arboleda a quienes ha conseguido ubicar en la nómina estatal para que ellos también repartan tajadas y preparen mermeladas.

En el justo momento en que —acaso por primera vez en su mandato— se anima a destapar una olla, María Paula Correa, su mano derecha, lo llama por el teléfono Falcon.

—Otra masacre, Presidente —le informa—: nos toca viajar a Samaniego.
—No digas masacre —la corrige el presidente de todos los colombianos—: suena brusco. Di homicidio colectivo.
—Hablas con la boca llena: ¿otra vez rompiste la dieta? —reclama ella.
—Prefiero decir: Suspensión Temporal del Control Preventivo de Ingesta.
—Ponte el tapabocas, por favor: es para momentos como este.

La noticia del viaje no le gusta. Le preocupa no preparar en persona la emisión de hoy de Prevención y acción, su exitoso programa de televisión, máxime cuando pensaba lanzar el segmento comercial “Prevención y Acción, el arrancagrasa”. Sería el primer anunciante de su programa.

Pero el plan debe esperar. El presidente se enfunda entonces los apretados bluyines oscuros que reserva para salir a las regiones, casi nuevos; asegura el estuche de las gafas Rayban en el cinturón. Y en menos de lo que imagina, sobrevuela Colombia, rumbo a Samaniego, mientras recibe informes de sus asesores. Su consejero de seguridad, por ejemplo, le muestra el estudio de la firma Du Brands: ya tienen clasificados en positivos, negativos y neutrales a los opinadores que hablan del gobierno.

Sopesa lo que debe hacer con esa información. Su amigo José Obdulio Gaviria le diría que neutralice a los negativos, asunto desafiante en una persona positiva como él. Por lo pronto, pide una nueva clasificación: la de los falsos positivos.

La aeronave aterriza y el presidente baja de primeras y besa la tierra. Ahí está Samaniego, a sus pies. Conque era eso.

Las calles hierven de gente. Animado ante los rayos de sol, decide recorrerlas a pie y lamenta no haber traído los naipes para hacer magia ante algunos transeúntes.

—Pásenme una bolsa de dulces para dar a los niños, como cuando fui a Chocó —ordena al edecán.
—Hoy no podemos, Presidente.
—Prometo que esta vez no me los como.
—Es por el aislamiento social, Presidente.

Se cala, pues, las gafas oscuras, como el piloto de Top Gun, su película preferida; acomoda el tapabocas en la cara. Y emprende camino en medio de la espesura humana.

—¿Qué es lo que venimos a inaugurar? —pregunta con discreción a su asesora.
—Venimos a rechazar una masacre…
—¿Quieres decir un homicidio colectivo?

Sabe que en estos momentos su voz debe ser la voz de la esperanza. Observa a un grupo de niños y decide aproximarse:

—Hola muchachos: que el Presidente Uribe les manda saludos y que los quiere mucho.

Observa a otros y les brinda su cariño:

—Vamos a dejarles arreglado el estadio y un centro “Sacúdete” con la gente del ICBF.

Los cánticos de las personas comienzan a envolverlo y se siente más presidente que nunca. Recuerda la voz de sus ancestros, la voz del doctor Julio César Turbay; incluso la voz de Lucas Arnau, uno de sus cantantes preferidos, y avanza por el pueblo como su gobierno por la historia.

—No más sangre –dice un joven.
—¿De qué me hablas, viejo? –responde el mandatario.

Camina seguro de sí y en el camino ofrece choques de codo, lanza besos, levanta las manos con los dedos en forma de victoria.

—¡Cantan que soy un berraco! —le dice a su asesora.
—En realidad dicen que el pueblo está berraco.
—¡Qué va, oye los gritos! ¡Dicen “Queremos más”!
—Creo que gritan “Queremos paz…” —dice ella.

Embebido de gloria, camina algunas cuadras saludando con los brazos en alto y en el trayecto tiene una visión: imagina que en Samaniego bautizan una calle en su honor, tal y como sucedió en Miami con su jefe eterno y la Alvaro Uribe Way: una calle ciega en que los policías acostados lo son porque cayeron en combate, y todos los carros deben andar en reversa.

Su calle —se ilusiona el presidente— será una avenida ancha como sus sueños, en pleno centro de Samaniego; tendrá bermas con su efigie; los semáforos no encenderán la luz roja, sino la naranja, en honor a su propia economía; los desplazados pedirán monedas haciendo gracias con una pelota en la cabeza, como él en el Santiago Bernabéu. Y no podrán circular los “Negativos” del estudio de Du Brands.

María Paula Correa lo saca del ensueño: el tiempo ha pasado y necesitan regresar. Ahora debe concentrarse en la conducción de su programa. Atender el homicidio colectivo le ha quitado tiempo para planear la emisión de hoy. Lo urgente aplaza lo importante. En eso consiste ser presidente.

En Bogotá da la orden de que citen en su despacho al alcalde de Samaniego para plantearle el asunto de la Avenida Iván Duque: finalmente, le queda apenas a 17 horas por bus. Antes de salir al aire sube a la cocina de la Casa Privada. Está ansioso. Y nadie se dará cuenta si dicta una Suspensión Temporal del Control Preventivo de Ingesta solo por esta vez.

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