«EL MODELO DE LA PRIMERA MISIÓN ESPACIAL A LA LUNA DEBERÍA SER NUESTRA INSPIRACIÓN»

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Por ethic.es

«¿Acaso todos hemos olvidado que tenemos teléfonos con los que podemos llamar y pasear al mismo tiempo?». Mariana Mazzucato (Roma, 1968) está tan harta de las sesiones de Zoom que solo las acepta cuando realmente no hay otra opción. «Me paso días enteros sentada frente a una pantalla. Es tan malsano que alguien debería hacer un estudio». Así que para esta entrevista hablamos por teléfono, como en los viejos tiempos antes de la pandemia, mientras ella estira las piernas en su barrio de Londres, con los sonidos de la metrópoli de fondo. Acaba de terminar su sesión diaria de natación en aguas abiertas en un estanque «solo para mujeres» situado en Hampstead Heath. «Es paradisíaco. Me permite vaciar la mente». Estas videollamadas de las que Mazzucato, profesora del University College de Londres, está tan harta son en realidad discusiones que tiene con legisladores de todo el mundo. A sus 52 años, la economista es consultada desde Bruselas a Washington, vía Vaticano y Sudáfrica. Asesora a los Gobiernos en importantes programas de recuperación del periodo pospandemia. Sus ideas sobre un compromiso gubernamental más activo son tendencia, pero ella ha labrado cuidadosamente una imagen de iconoclasta a lo largo de los años. En 2013 saltó a la fama mundial gracias a su libro ‘El Estado emprendedor’, en el que rompe el mito de que la innovación solo puede venir de los emprendedores. Según ella, todo lo que hace que un teléfono inteligente sea inteligente, por ejemplo, se debe a la investigación pública. En 2017 cuestionó en ‘El valor de todo’ lo que nuestro sistema considera como valioso y denunció, entre otras cosas, que el gasto en educación o sanidad no se considere como inversión, sino como gasto.

La economista Mariana Mazzucato (Roma, 1968) descifra las potencialidades de una nueva forma de capitalismo pospandemia.


«Desenmascara la ideología y la ineficacia de las teorías económicas ortodoxas», declaró el economista Geert Bouckaert, profesor del Instituut voor de Overheid de la KU Leuven y colega de Mazzucato en Londres, a principios de año. Y es que Mazzucato es muy popular por agitar el debate, aunque eso le haya hecho ganar detractores. «A veces le da demasiado peso a lo que hace el Estado», dijo Paul De Grauwe de la London School of Economics. «Sus ideas no se basan en una investigación y una serie de anécdotas no constituyen una historia convincente».

Mazzucato agarra el momento crucial que estamos viviendo con las dos manos. «Esta crisis es una oportunidad demasiado grande. No podemos desaprovecharla», dice de entrada. «Pero no basta con ponerle una tirita al sistema. No podemos simplemente ser reactivos; tenemos que pensar en lo que significa realmente construir una nueva forma de capitalismo. El capitalismo, o los mercados, o simplemente la economía, es el resultado de la forma en que gestionamos las distintas instituciones –públicas y privadas– y de sus interacciones. ¿Cómo podemos crear una nueva forma de asociación entre empresas y poderes públicos, como el Estado, más mutualista y menos parasitaria?».

Mazzucato da respuesta a esta pregunta en su nuevo libro Misión economía. En la década de 1960, Estados Unidos, a pesar de la falta de entusiasmo de la opinión pública, logró establecer un objetivo extremadamente caro y ambicioso, y realizarlo en un periodo de diez años: hacer que un hombre caminara sobre la Luna. Este fue el resultado de una nueva forma de colaboración entre el Estado, las distintas Administraciones públicas y el mundo empresarial en forma de misión espacial con un objetivo claramente definido, lo que generó beneficios inesperados que van desde el nacimiento del software hasta la aparición de los materiales aislantes. «Esto debería inspirarnos para enfrentar los grandes desafíos de hoy, como el cambio climático y las desigualdades», insiste Mazzucato.

«¿Qué nos permitió ir a la Luna? No solo dinero público, sino una colaboración única: el proyecto involucró a muchas empresas privadas, como General Electric, Honeywell, Motorola, etc. Pero la NASA fue muy clara en sus contratos. Primero, las empresas no podían obtener ganancias excesivas. Y no se trataba de caridad, porque las ganancias no estaban prohibidas, pero sí tenían que ser compartidas de manera equitativa. A la hora de las licitaciones, la NASA había previsto incentivos para la innovación y mejora de la calidad. Por lo tanto, las empresas podían ganar más si eran eficientes. Y por último: la agencia era lo suficientemente inteligente como para llevar a cabo su I+D por sí misma sin tener que subcontratar. «No hacemos ese tipo de cosas hoy en día: los Gobiernos subcontratan una gran cantidad de ‘trabajos de inteligencia’ a McKinsey & Co».

«No estoy acusando al sector privado», añade inmediatamente Mazzucato. Y matiza: «No es culpa suya, sino que es el Estado el que se ha desencaminado. Yo abogo precisamente por su reforma para que sea más dinámico e invierta más en sus propias capacidades, y para que el sector privado esté sujeto a condiciones cuando trabaja con dinero público. Es algo que vemos hoy en Francia, donde la industria aeronáutica se ve obligada a reducir significativamente sus emisiones de CO2 a cambio de dinero público. Por desgracia, el Reino Unido acaba de dar grandes sumas a easyJet sin ningún tipo de condiciones».

Es un enfoque que adopta forma de misión. ¿No se parece al de una economía de planificación centralizada?

Quienes piensan así solo han leído el título de mi libro. No se trata de eso. Una relación top-down [de arriba abajo] entre el Estado y las empresas sería catastrófica para la innovación, porque la innovación del sector privado nos ha dado cosas fantásticas. Sin embargo, una relación puramente bottom-up [de abajo arriba] no es mejor, porque en este caso produce caos. Los perezosos malinterpretarán la palabra misión, pero pueden usar otra para denotar la idea de que el Estado establezca una dirección clara, no solo creando un campo de juego nivelado, sino apuntando en la dirección correcta. No significa dar prioridad a una empresa o sector y microgestionar el proceso, porque sabemos que eso no funciona.

¿Y qué significa en ese caso?

«Se trata de repensar nuestra estrategia industrial, nuestra política de innovación y de compras para incluir tantas experiencias e innovaciones como sea posible»

Darle la vuelta a las cosas significa elegir un rumbo, como un crecimiento inclusivo y sostenible, e involucrar a tantos sectores como sea posible en este «viaje espacial». Una misión tampoco es un proyecto, como lo fue el Concorde. Pero sí lo es, por ejemplo, crear cien ciudades neutras en carbono en Europa o eliminar el plástico de los océanos. Se trata de repensar nuestra estrategia industrial, nuestra política de innovación y de compras para incluir tantas experiencias e innovaciones como sea posible, y soluciones bottom-up en los negocios, pero también en otras áreas. El Estado no elige a los ganadores, pero define quiénes pueden participar. En la conquista de la Luna estuvieron involucradas doce empresas. Y claro que ha habido muchos fracasos, y hay que prepararse para ellos, pero a la mayoría de las instituciones públicas no se le está permitido fracasar porque, si eso sucede, se encuentran de repente en la portada del Daily Mail. Si las cosas van bien, en cambio, nadie lo comenta. Aun así, la gente me sigue diciendo: «Oh, hablas de comunismo» o «Quieres que todos se vuelvan como China». Entonces digo: «¡Madura! Esa es una dicotomía estúpida: 100% para el mercado o 100% para el Estado». Ninguno de los dos funciona, pero el Estado tiene legitimidad democrática. Votamos –al menos en teoría– a Gobiernos que deben mejorar nuestras vidas. El problema es que, si la política de gobierno no está estructurada, nuestras vidas no mejorarán. El Gobierno es el único que dispone del poder para gobernar. Desafortunadamente, no está construido de esa manera, porque creemos que lo mejor que pueden hacer los poderes públicos es mantener la distancia e intervenir solo para corregir al mercado si fuera necesario.

Dice que tenemos que confiar en los Gobiernos, cuando todavía se les considera desagradables, excesivamente burocráticos y muy susceptibles a la corrupción.

Necesitamos un cambio de cultura. Si queremos crear en colaboración con el sector privado, necesitamos una cultura del riesgo y la experimentación, y formar a los funcionarios en ese sentido. Las cosas no pasan por sí solas. Si se piensa que no hay nada que el Estado pueda hacer más allá de poner algo de infraestructura, y que todas las cosas interesantes están sucediendo en el sector privado, entonces no encontraremos creatividad más que en el sector privado. Es una profecía autorrealizadora. Pero eso no va así porque esté en el ADN del sector público, sino porque así lo creamos nosotros. Pensamos mucho en la forma en que se tiene que organizar el sector privado, tenemos MBA, gestión estratégica y otras formaciones en escuelas de gestión para eso. Lo que no tenemos es el equivalente para el sector público, y así resulta demasiado fácil acusarlo de ser un cero.

Nos encomendaron una misión difícil hace un año y medio: poner fin a la pandemia del coronavirus lo antes posible. ¿Qué opina del enfoque que hemos adoptado?

«Si se piensa que el Estado solo puede poner algo de infraestructura, entonces no encontraremos creatividad más que en el sector privado; es una profecía autorrealizadora»

Todavía es pronto para sacar conclusiones, pero ya puedo decir que hemos fallado en varios frentes. O espera, intentaré ser más positiva: lo que hay que hacer –y que no se ha hecho todavía– es fortalecer el sistema mundial de salud. Si la crisis hubiera comenzado en África y no en China, la situación sería mucho peor. Si no fortalecemos el sistema africano, fracasaremos. Creo que este debate no sucederá inmediatamente. Además, no basta con tener una vacuna; hay que hacerla accesible a todos, y eso no está sucediendo. Estamos haciendo frente a lo que Tedros Ghebreyesus de la OMS describe como apartheid vacunal. Eso es un fracaso moral importante. Cerca del 80% de las dosis están monopolizadas por una decena de países. Las patentes deben hacerse públicas. Hay movimientos a favor de esta medida, pero la Fundación Gates está en contra porque Bill Gates construye su fortuna a través de un monopolio. Esto demuestra que hay un problema con la filantropía: provocar daños a través de tu modelo operativo y luego crear una fundación para remediarlo no me parece una buena forma de capitalismo.

En cualquier caso, fue el sector privado quien se puso inmediatamente a trabajar para desarrollar una vacuna en un tiempo récord, mientras que la Unión Europea, como autoridad pública, tuvo grandes dificultades para distribuirla.

Es cierto, y tenemos que reconocer este fracaso. Las licitaciones son el medio más importante del que disponen los Gobiernos. Hay que utilizarlas de forma creativa y flexible, y la Unión Europea ha hecho lo contrario. El origen de las vacunas es otra cuestión: sería mentira decir que han sido financiadas íntegramente por el sector privado. Era dinero público y privado, como es el caso de todos los medicamentos. La parte pública –que es muy importante– ha llegado en la fase más temprana y de mayor riesgo. No finjamos que no existe. Luego las grandes farmacéuticas dicen otra falacia: que si se tocan sus patentes firmas la sentencia de muerte de la innovación. Parece una broma. Ellas han abusado de las patentes, los Gobiernos han hecho la vista gorda y eso ha resultado en un amargo fracaso. El de AstraZeneca era mucho mejor contrato que el de Pfizer porque los científicos de Oxford financiados con fondos públicos exigieron que los precios se mantuviesen bajos. Lamentablemente, AstraZeneca no ha tenido suerte en las relaciones públicas.

Cuando se levante la niebla de la pandemia, ¿debemos esperar una factura considerable que limite nuestra ambición?

«La productividad no está aumentando y esta debe ser la prioridad»

Si seguimos obsesionados con los déficits, nos habremos equivocado de objetivo. Más bien, debemos enfocarnos en la inclusión y el crecimiento sostenible y, para eso, necesitamos inversiones importantes, tanto públicas como privadas. En el corto plazo, el déficit aumentará, pero en el largo, disminuirá. Mire Italia, mi país de origen: durante años ha tenido un déficit muy bajo, más que el de Alemania, pero la deuda sobre el PIB es mucho mayor porque la economía –el denominador– no está creciendo. La productividad no está aumentando y esta debe ser la prioridad. Si después de gastar mucho para hacer frente a la crisis del coronavirus decimos que es hora de ahorrar, significará que no hemos aprendido nada. Después de la crisis financiera, Europa simplemente ahorró masivamente a diferencia de Estados Unidos, dejándole al sector público todas las deudas de una crisis provocada por el sector privado. Y esto agravó la siguiente crisis, la del coronavirus. Los sistemas de ayuda se han debilitado y las desigualdades han aumentado. Los más vulnerables son los que más han sufrido. Es una locura limitar las inversiones en atención médica en aras de reducir costes. Se repetiría la historia estúpidamente y, en este caso, la próxima pandemia será aún más grave.

La economista venezolana Carlota Pérez, su compañera del Institute for Innovation and Public Purpose (IIPP), declaró en una entrevista con L’Echo que esperaba una «edad de oro» del crecimiento verde tras la crisis del coronavirus.

«Los sistemas de ayuda se han debilitado y las desigualdades han aumentado. Los más vulnerables son los que más han sufrido»

Estoy totalmente de acuerdo con ella. De hecho, estamos colaborando estrechamente en esa línea. Sin embargo, para lograrlo, las cosas deben cambiar drásticamente. Con el estado actual de las autoridades públicas y del sector privado, no habrá edad de oro. Eso no sucederá. Tenemos que ensuciarnos las manos para ajustar ciertos detalles. Necesitamos grandes ideas, pero también ideas prácticas. Hay que incorporar a la teoría lo que se aprende en el campo si no, sigue siendo ideología.

En alguna entrevista y perfil ha sido calificada como «la economista más temida del mundo».

Eso fue una broma. Me había entrevistado una periodista, pero el título fue elegido por redactores masculinos, que pensaron: «Oh, Dios, esta mujer dice cosas drásticas, debe dar miedo». La reportera se enfadó con sus colegas en Twitter y yo pensé: «Claro, ¿por qué no? Tenéis motivos para tener miedo».

¿Es cierto que en 2018 Matteo Salvini y Luigi Di Maio le pidieron que fuera ministra de Finanzas de su país de origen?

Cuando estaban pensando en el reparto de puestos para el nuevo Gobierno –y era todavía confidencial–, me preguntaron si estaba interesada, pero rechacé la oferta. Estoy muy feliz con mi trabajo como académica; me permite formar a las nuevas generaciones, traspasar los límites de la reflexión y aplicar estas ideas en colaboración con los representantes políticos. Eso es un privilegio. No soy la única que tiene ideas, pero estoy agradecida de ver que me escuchan. Y tengo a todo un equipo detrás de mí, porque esto no es un Ted Talk que consiste en decir «Escúchame, ¡soy tan inteligente!». Así que no, no me veo en política, aunque no me importaría ser presidenta [risas].


Esta entrevista a Mariana Mazzucato realizada por Roel Verrycken y publicada por ‘L’Echo‘ ha sido reproducida bajo la autorización del editor, con todos los derechos reservados. Traducción de Sandra Gallego Salvà.

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