Entonces… ¿La policía para qué?

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Cada que hay algún evento, una marcha, un paro, una manifestación, hay que sacar a la policía para el control de la situación que se pueda presentar. La policía hace parte de las fuerzas del orden, de las fuerzas armadas. Ahora pareciera que hicieran parte de la decoración, como decía Gilberto Alzate Avendaño, para adornar procesiones.

Ahora se sacan a la calle para que las irrespeten, para que golpeen a los agentes, para que les den patadas, para que los insulten. Nada pueden hacer ante estos hechos violentos porque los acusan de exceso de autoridad. Hasta ahí hemos llegado.

Me duele ver un agente de la policía que recibe esas agresiones y no puede actuar. Le dan patadas y tiene que aguantarlas. Si retrocede, encuentra otro agresor por detrás y lo recibe igualmente con patadas y golpes. Nada puede hacer, no puede reaccionar porque lo acusan de exceso de autoridad.

Hemos llegado al colmo del irrespeto a la fuerza pública, que una mujer, que no una dama, le quita el arma a un agente de la policía y, con ella, hace disparos al aire. El policía, si hiciera esos mismos disparos, sería acusado por el uso indebido del arma de dotación y sería castigado. La mujer, que se apropia de un bien ajeno, que hace disparos, que atenta contra la vida de las personas, sigue tan campante porque sabe que la policía no puede actuar y la justicia la protege.

A la policía hay que respetarla y se tiene que hacer respetar. Pero, adónde hemos llegado, la fuerza pública sirve para irrespetarla, para agredirla, para burlarse de ella. Tenemos que recuperar el respeto por la policía, tenemos que pedir que pueda cumplir con su misión.

Que la comunidad la apoye, que la justicia sepa para qué es la fuerza pública y entienda sus actuaciones. Ha habido excesos, eso es cierto, pero esos actos aislados no pueden aprovecharse para que podamos irrespetarlas, para que atentemos contra ellas, para atarle las manos e impedirles que puedan actuar.

Me duele ver a unos hombres que nos defienden de los delincuentes, que están dispuestos a dar la vida por todos y cada uno de los colombianos, verlos atacados e indefensos porque nadie los defiende de los delincuentes, porque los acusan y los sancionan cuando tienen que aplicar la autoridad que les dan la Constitución y las leyes. Hay que volver por el respeto a la autoridad, aunque los mamertos se sientan ofendidos y se enojen.

El principio de autoridad no se puede perder, porque llegamos al caos cuando cada uno hace lo que quiera sin ningún respeto por la autoridad, por las leyes y por la Constitución.

Nos tiene que doler y asustar lo que pasa con la policía y con la autoridad en general. El caos es lo que sigue, el irrespeto a la autoridad nos conduce a la desaparición de las instituciones. De allí sigue el fin de la democracia y la disolución del país.

Este artículo fue escrito y enviado al periódico antes de producirse la marcha de los petros, los “educadores” y los mamertos.

¡Que Dios nos tenga de su mano!

Juan Gómez Martínez – El Colombiano

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