LOS DISCURSOS DE CLAUDIA

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Por Ana Bejarano Ricaurte
Siempre me estremecieron los discursos de Claudia López. En sus épocas de investigadora y también después, como congresista, López dejó la impronta de una valerosa oradora. La vi hablar en el salón Elíptico del Capitolio, cuando el senador Iván Cepeda llevó a cabo el debate sobre los vínculos de Álvaro Uribe con el paramilitarismo, suceso político del que nació el juicio más importante de la historia reciente de Colombia. Ese día Claudia sentenció: “Qué vergüenza da ver a un expresidente de la República huyendo a las carreras por los corredores del Congreso como sanguijuela por alcantarilla, para evadir un debate democrático en este recinto”.

López conoce el poder de la palabra y lo ha ejercido exitosamente en su carrera política. A veces pareciera que se le quiebra la voz y creo que en ese gesto descansa su capacidad de conectar con la ciudadanía. 

Una de las funciones transcendentales de los políticos radica en la manera como se expresan y lo que dicen; con qué alimentan el debate público. Por eso el sistema interamericano de derechos humanos ha prestado tanta atención a analizar los discursos, en especial los de quienes nos gobiernan.

Hay discursos especialmente protegidos por el derecho a la libertad de expresión, como los de interés público, o los que visibilizan desigualdades de sectores discriminados, las voces que mantienen la democracia y la vigencia de los derechos humanos. Justamente, la protección a los discursos de la comunidad LGBTIQ le permitió a Claudia elegirse como senadora y alcaldesa. Y hay otros discursos que no están protegidos; por ejemplo, la apología del odio y la incitación a la violencia. 

Claudia López sabe todo esto y por eso decepciona su retórica pendenciera en contra de los migrantes venezolanos en Bogotá. Su última propuesta de crear Comandos contra el crimen de migrantes no es el primer desacierto en este sentido. Hace unos meses dijo: “los hechos demuestran que una minoría de venezolanos, profundamente violentos, que matan para robar son un factor de inseguridad en nuestra ciudad”. No creo que la alcaldesa sea xenófoba y es cierto que ha tenido que enfrentar con pocos recursos la instalación de una gigantesca diáspora venezolana en nuestra ciudad. 

Antes nadie quería venir a Colombia y por eso nuestras leyes migratorias son tan mezquinas. Tiene razón López en que existe un vacío legal y por eso es difícil la judicialización de venezolanos capturados en flagrancia. Esa limitación podría zanjarse con un cambio normativo. El problema puede ser real, pero la solución y la manera de comunicarla vuelcan la culpa de la criminalidad en Bogotá sobre los venezolanos. Y en eso se equivoca rotundamente la alcaldesa, pues, como lo explicó Colombia Check, “los venezolanos no son responsables del aumento del crimen en Colombia”. El problema es que, como en general nos cuesta trabajo aceptar la diferencia, semejante falla cultural hace más visibles a los venezolanos. Se percibe más el crimen cometido por alguien que sentimos ajeno. 

Claudia López alimenta la hostilidad xenófoba cuando culpa públicamente a la población migrante de los retos en su política de seguridad. Ocurre que esta retórica pareciera autorizar a los ciudadanos a odiarse entre sí y en Colombia abona terreno fértil para la violencia.

El comando para combatir a los criminales venezolanos podría interpretarse como una sugerencia de sanciones de destierro, las cuales están expresamente prohibidas por nuestra Constitución. No importa si este es o no el efecto que pretende la alcaldesa, ni ayuda que aparezca en público y explique lo que no quiso decir, porque en épocas de la desinformación el solo hecho de hablar de esa manera implica la difusión de un mensaje peligroso. 

Así como recuerdo sus valientes discursos en el Congreso, también tengo presentes sus palabras cuando fue elegida primera mandataria de la capital. Sentí la esperanza de que mi hija vería al mando de su país a mujeres fuertes y preparadas. Creo difícil que ese electorado sobre el que ha construido su carrera política la acompañe si insiste en recorrer este nuevo camino. La homofobia y la xenofobia son dos enfermedades muy parecidas. No sé si Claudia se extravía a veces en el ejercicio del poder o si quienes votamos por ella confiamos más de lo debido. Me quedo con aquello que dijo al celebrar su victoria en la capital: “Bogotá votó porque derrotemos y superemos y desaprendamos el machismo, el racismo, el clasismo, la homofobia y la xenofobia. Que no haya duda, Bogotá votó porque el cambio y la igualdad son imparables”.

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