MARICA EL ÚLTIMO

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Por Daniel Samper Pizano

El miércoles pasado se jugó en el estadio de Munich el partido entre Alemania y Hungría dentro de la Eurocopa de fútbol 2021. El alcalde de la ciudad anunció que, como rechazo a la dictadura neofascista de Viktor Orban en Hungría, y en particular contra sus restricciones a la diversidad sexual, se proponía iluminar el modernísimo estadio Allianz Arena con las luces multicolores de la bandera del conglomerado LGTBI. La UEFA (organismo rector del fútbol europeo), que no pierde ocasión de equivocarse, desautorizó la medida. Adujo que se trataba de un gesto político.

Ya están muy grandes los cacaos del fútbol internacional para no entender que la política nos rodea y que su argumento era, ese sí, totalmente político: no querían enemistarse con el bloque de la antigua Europa Oriental, al que pertenece la camarilla de Orban. Mientras tanto, catorce países de la Unión Europea denunciaron la homofobia del régimen húngaro y el Parlamento Europeo exigió que derogara las medidas contra los homosexuales.

No pretendo meterme en las turbulentas aguas de la geopolítica europea. Solo quiero subrayar la reciente y feliz evolución del concepto de libertad sexual en un mundo que, como el del deporte, tiende a ser machista y reaccionario. Hace medio siglo estaba en boga la expresión popular “Marica el último,” equivalente a un campanazo de salida, al tumultuoso comienzo de una actividad febril. “Abrieron ya las puertas del teatro, marica el último”… “Están repartiendo regalos en la fiesta, marica el último”… “A coger puesto en la tribuna, marica el último”. Hoy seguramente pocos se atreverían a emplearla. Primero, porque la represiva corrección política no distingue entre el lenguaje y la realidad y castiga las libertades que el humor concede. Y, segundo, porque está desmoronándose el tabú que pesaba sobre el homosexualismo en el deporte y, más que nada, en los equipos masculinos. En esta pelea, como en tantas otras, las mujeres han sido más valientes que los hombres. Hace exactamente 40 años la campeona de tenis Billie Jean King salió del armario y pocos meses después la imitó se colega Martina Navratilova. Siguieron otras tenistas gringas, suecas, australianas y la puertorriqueña Gigi Fernández, una tromba que escandalizó al tieso público alemán al bajarse la pantaloneta y obsequiarle un par de antanas en plena pista.

Igual ocurre en el fútbol femenino, donde jugadoras de diversas nacionalidades han proclamado su lesbianismo. El balompié masculino, en cambio, sigue siendo una caverna. Un árbitro turco acabó preso por aceptar que le atraían los señores y varios jugadores con gustos similares fueron expulsados del medio o se apartaron de él. El pionero de quienes se quitaron la careta en Inglaterra, John Fashanu, pagó elevado precio por su sinceridad en los años noventa: ningún club volvió a contratarlo y acabó colgándose de una soga. Más lamentable fue la suerte de una de las primeras futbolistas sudafricanas, Euiduy Simelane, violada y asesinada por practicar el lesbianismo.

En el fútbol ese tema no se toca y se considera sospechoso a todo el que defienda los derechos del gay. De allí el hermetismo del armario. El portero danés Anders Lindegaard, sin ser homosexual, planteó hace nueve años la encrucijada en que se hallan sus compañeros que sí lo son: “Mientras el resto del mundo se ha vuelto más liberal, civilizado y libre de prejuicios, el del fútbol sigue atascado en la intolerancia del pasado”. Pero resulta menos intolerante el fútbol gringo de balón ovoide pese a ser machérrimo y violento. Esta semana, por primera vez en sus 129 años de historia, un jugador parecido a Hulk se declaró gay “públicamente y con orgullo”.

Poco a poco, sin embargo, se entreabren las puertas del clóset. Una lista de internet recoge a once futbolistas que confesaron sus tendencias homosexuales. La mayoría son ingleses o gringos. Ninguno es de habla española. ¿Acaso no existe un solo futbolista gay en millón y pico de profesionales iberoamericanos? Los hay, pero no se atreven a asomarse. ¡Marica el último! Deberían hacerlo y seguir el camino de las mujeres latinas que, quizás guiadas por figuras femeninas de la farándula o la política, se identifican como miembros del LGTBI con más decisión que los varones. No es el único hervor perceptible en este sector otrora marginal. Cada vez son más los países democráticos que acuerdan leyes para proteger las diferencias sexuales. Aun el Vaticano rebaja tímidamente sus sulfúricas condenas contra el pecado nefando y en muchas ciudades cosmopolitas la condición sexual dejó de ser factor electoral decisivo. Que lo digan Bogotá, Londres, París, Chicago, Houston, …

Todo lo anterior hace más inexplicable la actitud de las autoridades futboleras. Un detalle adicional: el portero de la selección alemana, Manuel Neuer, saltó a la Eurocopa ataviado con un brazalete arcoíris. Quería ofrecer su apoyo de heterosexual al mes del orgullo gay. Inmediatamente se erizaron los dómines de la UEFA y le abrieron una investigación que podría haberlo apartado del torneo. Seguramente notaron el entrecejo fruncido de la opinión pública y se murieron de pánico. Procedieron entonces a cerrar el expediente aduciendo que “se trata de un símbolo favorable a la diversidad y, por lo tanto, de una buena causa”. Según su retorcida lógica, lo que es una buena causa en el brazo de un jugador es un acto demagógico bajo la luz el estadio. La intolerancia reina en el campo tanto como en las oficinas.

Los partidos del miércoles definieron los equipos que siguen compitiendo. En el F clasificaron los tres primeros; Hungría ocupó el cuarto lugar y quedó eliminada. Marica el último.

ESQUIRLA. Rechazo el reciente atentado contra el presidente Iván Duque. Es con votos, no con balas, como debemos cambiar el régimen político.

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