No ahorquemos la economía, pero tampoco matemos la vida

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La apertura general en las principales ciudades del país con el fin de dinamizar la economía, postrada en una de las crisis más grandes que ha tenido no solo Colombia, sino el mundo, llega en el momento más crítico de la pandemia del Covid-19. En el solo fin de semana pasado, con puente incluido, el país registró más de 2 mil 100 personas fallecidas y una cifra sostenida por lo alto en materia de contagios.

¿Cómo explicarle a la gente que en el pico de la pandemia más grave y más extenso, las principales ciudades aflojan casi totalmente las restricciones, mientras siguen las marchas masivas en las calles, la indisciplina social sin freno, otro puente que se avecina, las vacaciones de mitad de año y un sinnúmero de factores que tienen a la comunidad médica del país en pánico, por las consecuencias que todo esto pueda tener en el colapso total del sistema de salud?

Vuelve y juega la disyuntiva entre salvar vidas y salvar la economía. ¡Qué discusión ética más delicada! Las presiones por todos los frentes que reciben los gobernantes, están obligando, quizá de manera equivocada y precipitada, a tomar decisiones cuyos riesgos pueden ser impredecibles. Un total de 140 organizaciones médicas del país le enviaron al Gobierno Nacional un comunicado donde le piden echar para atrás la resolución 777 del Ministerio de Salud, que tiene vigencia desde el 2 de junio de 2021. Señala el comunicado que no se ha cumplido con el Plan Nacional de Vacunación, como respuesta a la urgencia con la que se requiere. Agrega que de las 11.485.904 dosis aplicadas hasta el 6 de junio, solo 3.432.806 personas han recibido las dos dosis.

Pero lo más grave es lo que estas agremiaciones concluyen, cuando afirman que esta ausencia de restricciones, apelando solo a la conciencia del autocuidado que muchos no han podido aplicar a lo largo de toda esta tragedia, nos puede llevar a tener días de 800 personas fallecidas por el Covid, sobre todo por la imposibilidad de atenderlas en las camas de cuidados intensivos que ya están casi que totalmente ocupadas.

Muchas personas incluso se preguntan: ¿por qué se llevó al extremo el confinamiento y por ende las afectaciones a vastos sectores de la economía, cuando la situación no presentaba cifras tan aterradoras, y ahora que todo está peor, nos dan vía libre para salir sin control a las calles? Seguramente la respuesta jamás la conoceremos, porque detrás de estas determinaciones, corren ríos caudalosos empujando para que se abran de par en par todas las actividades.

La palabra coherencia parece que se volvió un arcaísmo. Séneca decía que: “sea esta la regla de nuestra vida, decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los hechos.” Hoy en día muchas cosas que se dicen son simples trofeos para la galería. Son actitudes desconcertantes que nos confunden a todos y que nos llevan a asumir comportamientos con los que no estamos de acuerdo, pero obligados a adoptarlos. Así es muy difícil crear conciencia en una sociedad que ve pasmada cómo se dictan normas, sin que las unas estén de acuerdo con las anteriores.

Se nos secaron las lágrimas de tanto llorar a nuestros seres que se fueron para siempre. Para quienes hemos vivido en carne propia la pesadilla de estar en una UCI conectados a una cantidad de aparatos que pitan día y noche, señalando las alteraciones del cuerpo y los riesgos permanentes de que se nos apague la vida, no es entendible cómo se retorna a una supuesta normalidad por decreto. Nunca será posible atropellar la razón sin que haya consecuencias.

Si apelar a la conciencia ciudadana y al autocuidado fuera efectivo, ¿entonces por qué no lo hicimos desde un principio para no llevar el empleo, el consumo y la economía en general a una debacle de esta magnitud? ¿Quién nos explica por qué ahora que las cifras de esta enfermedad están desbordadas, se acaban las restricciones? Seguiremos pasando a toda velocidad las páginas del libro de nuestras vidas, para que una nueva realidad atropelle a la otra y termine por echarla al olvido.

Parece que muy poco hemos aprendido de esta amarga experiencia y que solo el que más puede elevar su voz, es el que termina por imponer sus propios intereses. No hay lógica, no hay coherencia. La vida habla y nos puede estar diciendo a los optimistas, a los pesimistas y a los realistas, que mientras discutíamos si el vaso de agua estaba medio lleno o medio vacío, ella se tomó el agua.

Libardo Álvarez Lopera

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