¿Pueden los gobiernos y las empresas confiar en las personas?

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Lo primero: sí, pueden y más importante aún, deben confiar en la gente. Pueden porque confiar suele crear una expectativa de cumplimiento recíproco en la contraparte. Es decir, es más probable que las personas se sientan interpeladas a honrar la confianza que a expresar confianza. Esto supone reconocer la importancia del primer paso en una relación confiada. Los gobiernos y empresas, en tanto organizaciones complejas y con profundidad de recursos, pueden darse el lujo de confiar “de primeras”. Además, la asimetría que delimita las relaciones entre pequeñisimas personas individualitas y gigantescas burocracias o corporaciones vuelve difícil que las primeras confíen en las segundas.

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En 2018 y 2019 la estrategia “Medellín está llena de Ciudadanos Como Vos” realizó una serie de experimentos sobre confianza. En la imagen , el bus de la confianza.

Ahora, deben hacerlo porque la confianza puede reproducirse por expresarse y a la vez, porque su aumento en la forma de capital social resulta fundamental para que las sociedades sean más democráticas, igualitarias, pacíficas y desarrolladas. Pero también, porque hay buena evidencia, desde la economía experimental, hasta la chocobacanería de la observación anecdótica que apoya esa disposición a que confiar no solo es importante para gobiernos y empresas, sino, que suele ser seguro, apreciado e incluso, rentable.

Entre 2016 y 2019 tuve el feliz privilegio de trabajar en la agenda de cultura ciudadana de Medellín. En 2018 y 2019, el equipo de la Subsecretaría de Ciudadanía Cultural desplegó la estrategia “Medellín está llena de Ciudadanos Como Vos”. Uno de los experimentos de muchos que sacamos a la calle era la Tienda de la Confianza, una chaza de productos que se atendía sola; el juego suponía poner a prueba la expectativa de que las personas no le robarían a la Tienda, incluso, cuando era posible, sencillo y sin consecuencias. El día de la presentación de la Tienda, mientras los medios locales nos preguntaban por el ejercicio, una mujer se me acercó a preguntarme si hacía parte del equipo y a resolver algunas dudas sobre la dinámica. Entendido todo, exclamó: “¿Entonces están confiando en las personas? Es la primera vez que el Estado confía en mí”. Su sorpresa fue dolorosa y a la vez, confirmaba que íbamos en la pista correcta.

La confianza puede reproducirse por expresarse y a la vez, porque su aumento en la forma de capital social resulta fundamental para que las sociedades sean más democráticas, igualitarias, pacíficas y desarrolladas.

Hace algunas semanas se viralizó en medios sociales unas imágenes del sistema Metroplus en Medellín. La pandemia obligó a que los torniquetes que impiden que las personas entren al sistema sin haber pagado tuvieran que ser retirados, el experimento natural ha salido muy bien y las personas parecen no necesitar del obstáculo para pagar su tiquete. El resultado no solo se parece a la experiencia de muchos sistemas de transporte en el mundo en el que los tiquetes no son controlados de forma sistemática, pero también, a otro de los experimentos adelantados por “Ciudadanos Como Vos”, el Bus de la Confianza, un bus de la ruta circular sur 303 de Medellín que funcionó durante varios días en la ciudad sin que el conductor recibiera el dinero del pasaje. Las personas se subían y depositaban el valor en una caja abierta en la parte trasera y su necesitaban devolverse dinero, podían tomarlo. El bus transportó a unas 1.300 personas y el porcentaje de pago fue del 100%.

Las empresas también pueden entrar al juego de la confianza. Esto va desde lo pequeño, como la empresa “Quiero Fruta Medellín” que viene usando las tiendas de la confianza para sus productos, hasta la empresa de seguros estadounidense Lemonade y su reducción sistemática de tramites y garantías a la hora de los reclamos de sus asegurados. En ambos casos, la confianza se ve recompesnada por la reciprocidad, es decir, la confianza depositada en los usuarios o clientes suele ser honrada por ellos, casi siempre, con beneficios que superan -aunque incluyan- la rentabilidad. Al final de cuentas, confiar siempre será más eficiente que no hacerlo; una organización que confía en las personas con las que se relaciona siempre podrá ver ganancias en esa decisión.

Ahora, independiente de que pedirles a gobiernos y empresas que confíen en la gente parece justo, necesario e incluso, inteligente, parece ser la excepción en una sistema al que le encantan las reglas. Al final, si muchas relaciones de confianza dependen de que alguien (en este caso “el más fuerte”) de el primero paso, sabemos muy bien dónde está la pelota.

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