¿QUÉ NOS HACE FELICES?

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Pensemos por un momento qué sería de nuestras vidas sin museos, sin obras de arte que admirar, sin música, sin teatro, sin cine, o de qué modo radical quedarían reducidas sin ellos.

A finales del pasado año la Fundación BBK publicó el proyecto Hagamos que cuente, proponiendo unos nuevos indicadores para medir el bienestar social y la felicidad poniendo el foco en lo que verdaderamente importa. El proyecto fue elaborado por el Grupo Consolidado de Investigación Cultura, Cognición y Emoción de la UPV/EHU, dirigido por el catedrático Darío Paez, junto a la economista de CSIC, Ada Ferrer, y la humilde colaboración de un servidor. Los indicadores propuestos y unas reflexiones introductorias pueden consultarse en la web. 

Durante mucho tiempo el bienestar personal se ha identificado con el bienestar material y, conforme a esa reduccionista visión, se ha considerado que a mayor nivel de renta, a más PIB per cápita, mayor nivel de satisfacción personal. Sin embargo, ya en 1974, Easterling demostró la conocida como paradoja de Easterling, cuyo enunciado viene a decir que el crecimiento de la renta per cápita no viene acompañado por un incremento del sentimiento subjetivo de satisfacción con la vida. 

Desde entonces, se ha cuestionado la evaluación del desarrollo basado solamente en resultados económicos, hasta el punto de que Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía del 2001, criticó la utilización del PIB como indicador de progreso, afirmando que las políticas dirigidas al su incremento son erróneas porque «si medimos lo incorrecto, haremos lo incorrecto».

Basta ser solamente un poco observador para comprobar cómo, en muchas ocasiones, el aumento del PIB ha ido asociado a la degradación del medio ambiente, a mayores grados de insolidaridad y soledad, a una mayor ansiedad, suicidios o el incremento de enfermedades mentales. En esta búsqueda de factores que influyen en nuestro bienestar es donde emergen el arte y la cultura como fuentes de felicidad.

Ya consideremos la cultura como conjunto de conocimientos que permiten al ser humano desarrollar su juicio crítico, ya la entendamos como modo de expresión del ser del hombre a través de la palabra o de la materia, la cultura –en sus diversas manifestaciones– nos ayuda a conocernos mejor como individuos y como sociedad, y a disfrutar con las manifestaciones artísticas de las que participamos. La visión de una pintura, de una escultura, de una obra de teatro o de una película nos enriquece y nos regala momentos de verdadero placer sensorial e intelectual. Pensemos por un momento qué sería de nuestras vidas sin museos, sin obras de arte que admirar, sin música, sin teatro, sin cine, o de qué modo radical quedarían reducidas sin ellos.

«La participación en actividades artísticas y culturales aumenta la sensación general de felicidad»

Pongámonos ante la hipotética tesitura de que no existiese ninguna manifestación cultural frente a la que quedarnos extasiados y que, de repente, se presentase ante nuestra mirada El pórtico de la Gloria del Maestro Mateo, las pinturas negras de Goya, La Joven de la perla de Vermeer o El Guernica de Picasso. Imaginemos que nunca hubiéramos leído un libro y se nos ofreciera Hamlet de Shakespeare, El avaro de Molière o Los hermanos Karamazov de Dostoievsky. Pensemos que nunca hubiéramos escuchado música, y comenzásemos a escuchar Las Variaciones Goldberg o el concierto italiano de Bach o el himno a la alegría de La Novena de Beethoven; o que nunca hubiéramos visto una obra cinematográfica y tuviéramos la oportunidad de ver 2001: Odisea en el espacio de Kubrick o Ciudadano Kane de Welles.

¿De qué manera nos transformaría la visión, la audición, el disfrute y el conocimiento que nos brindan todas esas obras de arte? ¿Hasta qué punto nos ayudaría a conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás?

El estudio El impacto de la cultura y el ocio en la felicidad de los españoles, dirigido por Nela Filimon y publicado por el Observatorio Social de La Caixa en 2018, ha confirmado la paradoja de Easterling, destacando además el creciente interés por la cultura y las artes como fuente de felicidad y su mayor influencia cuando la experiencia cultural es compartida. Dicho informe constata el reciente interés de los investigadores hacia el componente no material de la felicidad y del bienestar.

Así, se hace eco de la pregunta y la respuesta planteadas por Bill Ivey –antiguo director del Fondo Nacional para las Artes de Estados Unidos–: «Si el sueño de tener un coche más grande, una casa más grande o unas vacaciones más exóticas desaparece, ¿qué pueden hacer los líderes políticos para seguir mejorando la calidad de vida de todos nosotros?». Ivey considera que la respuesta está en tener una «vida expresiva» plena, entendida como el binomio herencia (lo que somos) y voz (lo que podemos llegar a ser). «La cultura y las artes pueden ser el espacio de unión de ambos porque nos permiten experimentar emociones, crear y transmitir nuevos valores para el futuro». 

En un sentido similar refiere las conclusiones de Wheatley y Bickerton que, tras analizar los datos de Reino Unido, confirman que la participación en actividades artísticas, culturales y deportivas aumenta la satisfacción con la vida y la sensación general de felicidad de los encuestados. Otra investigación, de Fujiwara y MacKerron, estima en tiempo real el impacto de la participación en diferentes actividades sobre la felicidad y la sensación de relajación. Los datos del estudio se recogieron a través del proyecto Mappiness en el período 2010-2011 sobre un millón de personas del Reino Unido y ratifican este resultado: en el ránking global de las cuarenta actividades, asistir al teatro, danza y conciertos ocupa el segundo lugar en relación con su impacto sobre la felicidad.

España y la felicidad

Parecidos resultados son los obtenidos en España a partir de encuestas del CIS en 2014 y de otros informes que constatan que ir al cine o al teatro son de las aficiones más valoradas en el camino hacia la felicidad a pesar de no ser de las más frecuentes; mientras que otras practicadas por más gente, como ver la televisión, son menos valoradas. Además, la World Database of Happiness recalca que factores como la educación contribuyen a la formación de nuestras preferencias culturales, influyendo en el impacto del ocio y en la felicidad de cada individuo. 

Si la cultura nos hace más felices como individuos y como sociedad, parece evidente que los poderes públicos deberían promocionarlas en todas sus manifestaciones, haciéndolas accesibles a todos los ciudadanos, como medio de mejorar el bienestar social. En 1977, la NASA envió al espacio la sonda Voyager 1 con una copia del Golden Record en su interior como un mensaje de la humanidad al cosmos que incluía, además de saludos en cincuenta y cinco idiomas y fotografías de personas y lugares de la Tierra, música de Bach, Mozart, Beethoven o Stravinsky.

Ninguna nave espacial ha ido más lejos que la Voyager 1, que sigue su viaje tras haber cruzado el espacio interestelar. En la actualidad se encuentra a 22,7 millones de kilómetros de nuestro planeta. En la inmensidad del Universo parece improbable –o no tanto– que otros seres inteligentes la encuentren con el mensaje que encierra. También pudiera ocurrir que llegasen a toparse con nuestro pequeño planeta. En cualquiera de los dos casos, sin duda, las creaciones artísticas y culturales de la humanidad a través de los siglos hablarían de nosotros y de nuestra historia, pues cada obra de arte detiene el presente en el momento de su creación, pero envía al mañana un mensaje imperecedero.

Por: Luis Suárez Mariño- etich

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