QUÉ PENA CON LOS VENEZOLANOS

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Por Daniel Samper Ospina

Se lo dije a mi esposa a las claras, mientras empacaba la maleta y al mismo tiempo miraba el noticiero:

—¡Nos vamos cuanto antes de este país!
—¿Y como a dónde, o qué? —preguntó cargada de paciencia.
—A donde sea: ahora sí llegó el castrochavismo.

La pobre no entendía nada, pero es que a duras penas sigue las noticias: ni siquiera tiene cuenta de Twitter ni sabe lo que es un meme. A lo sumo un Memo. Como Memo Fantasma.

—A ver: tranquilízate y respira —me dijo con una dulzura que se le suele reservar a los hijos, no a los esposos, y comenzó a desempacar lo que ya había metido—. Cuéntame qué te pasa.

Detesto cuando me habla de esa manera, casi con misericordia, como si no tuviéramos la misma edad: es el mismo tono que utiliza cuando me va a apagar la Play Station porque ya jugué lo suficiente, por ejemplo.

—Que nos vamos —insistí— porque la situación política comienza a parecerse a la de Venezuela: mira las noticias.
—Ni que hubiera ganado Petro, que era lo que decías en una época…

Y tenía razón: en campaña presidencial alguna vez alcancé a decir que si Petro obtenía el triunfo, y nos convertíamos en otra Venezuela, tendríamos que irnos. A Venezuela, precisamente.

Pero esta semana las noticias demostraban que el país es una republiqueta triste de la que hay que huir sin chistes de por medio: Álvaro Uribe, el mismo caudillo que sugería cerrar las Cortes y reemplazarlas por una sola de su confianza, plantea ahora la candidatura de su hijo Tomás, nuestro Ramsés Trujillo, y de paso propone expropiar la EPM; suena como viceministro de Defensa el hijo de Carlos Holmes Trujillo, con lo cual el gobierno demuestra el valor que le da a la meritocracia: si alguien tiene el mérito de ser hijo de un ministro (o de una ministra, como Alicia Arango) podrá ostentar un alto cargo público. Y el presidente Duque es el hombre meme, el meme ambulante, y enseña en televisión a rendir el jugo de naranja mientras acomoda en su bolsillo al fiscal, a la procuradora y a las mayorías del Congreso. Es un mandatario que no respeta los contrapesos: a lo sumo los sobrepesos. Dios mediante el jugo de naranja sea light.

Cada titular parecía decir a los gritos que somos una Venezuela de mejores maneras y la artillería de los noticieros no ayudaba. Al revés: empeoraba la situación, porque salpicaba las notas graves con informes de farándula.

—Y ahora sacan a un señor de la tercera edad al que su hijo le da la sopa: ¿qué tipo de noticia es esa? —me quejé mientras persistía en mi exilio y doblaba y acomodaba unos calzoncillos en la maleta.
—Ese señor es Plinio Apuleyo, al que tú mucho le admiraste varios libros. Y no se está tomando una sopa: está recibiendo una condecoración —me explicó.
—¿Y por qué tiene ese babero entonces?
—Esa es la condecoración, precisamente…

Fue después de esa noticia cuando por primera vez en dos años apareció un titular del gobierno de la equidad que despertó mi respeto: informaba sobre la decisión de Iván Duque de regular a casi un millón de migrantes indocumentados.

Aparte de acabar de una vez con Tu voz estéreo, es el único resultado de su presidencia digno de aplauso.

Jorge Alfredo explicaba entonces en qué consistía la medida. Ya no habrá migrantes venezolanos indocumentados. A todos ellos les devolverán la dignidad que el dictador de su propio país les arrebató. Tendrán derechos a la  salud, a la educación. No serán parias. Podrán vivir en Colombia sin riesgos de deportación, disfrutar de nuestros paisajes, ser legislados por Jorge Cárdenas: ¡incluso ser santafereños!

—¿No te parece que ya puedes desempacar? ¿O quieres irte a Venezuela y regresar como indocumentado, para que te legalicen? —martilló mi mujer.

A cambio de obtener el permiso para vivir en Polombia, los migrantes tendrán —eso sí— que soportar lo que significa vivir en Polombia: he ahí la trampa. Deberán reconocer como normal que Timochenko hable de los impedimentos éticos por los cuales las FARC a veces asesinaban y a veces no; soportar los gritos de la alcaldesa cuidadora para que trabajen juiciosos, en caso de que terminen en el rebusque de la venta ambulante. Pero, sobre todo, tendrán que tributar, tributar a manos llenas, porque después de aquella noticia, Jorge Alfredo anunciaba ahora que el gobierno que obtuvo el poder prometiendo que no subiría impuestos, pensaba sacar adelante su tercera reforma tributaria en línea. Y que se preparen los panas porque la que se viene es la peor: gravarán incluso la canasta básica. Es el amor de Duque por la grabación: por la mañana, la canasta básica; por la tarde, su programa de televisión. Comer será un lujo. Tendremos que rendir en agua el jugo de naranja.

Justo antes de la sección de farándula mi mujer se incorporó:

—Deja la pendejada y devuelve la ropa a su puesto; y nos vemos en el comedor, que ya está la comida.

Por solidaridad con los amigos venezolanos deshice entonces la maleta y me calmé: padeceré Polombia al lado de ellos, sin huir como migrante a fronteras mejores. Esa noche dieron de comida una sopa y al ponerme la servilleta en el cuello sentí que me estaba condecorando a mí mismo. Y brindé por ese triunfo con un jugo de naranja al que no rendí con agua. Como siempre lo querí.

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