Sin empresa no hay trabajo

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Presidente Consa – @RodolfoCorreaV

La lucha de clases es el comportamiento humano más destructivo que ha podido existir. Es un propósito despreciable porque su fin último es dividir, sembrar odio, promover la envidia y el resentimiento. Emociones muy propias del socialismo marxista. Ya lo decía Churchill: El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia”.

Quienes promueven el socialismo odian la libertad de empresa, desprecian la capacidad del hombre para generar riqueza y creen que todos debemos nacer y morir pegados de la teta del Estado comunista que solo admite la vida del lujo para quienes lo dirigen.

Ahora bien, el problema es de fondo y no solo de forma, pues el sustrato filosófico de la discusión sobre el socialismo radica en la primacía del valor de la igualdad sobre la libertad, mientras que quienes plantean la tesis opuesta tienen claro que la dignidad del ser humano radica en estar dotados de libertad y de conciencia y, por tanto, cualquier acción que desde el poder político provenga, debe estar dirigida a potenciar estas dos características, nunca a suprimirlas, por lo que la igualdad se fomenta y promueve solo en tanto y en cuanto sea motor que impulse una vida más libre.

Desde esta ultima óptica entonces aparece la empresa como elemento impulsor de la libertad. La empresa, definida por la RAE como unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos, permite al hombre imprimir su capacidad física e intelectual para desarrollar a plenitud su libertad económica y moral.

Hay muchos, reiterando las palabras del genio político inglés ya citado, que: “miran al empresario como el lobo que hay que matar, otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar y muy pocos lo miran como el caballo que tira de la carreta”.

Y es cierto: son las empresas las que tiran la carreta y por ello sin empresa no hay trabajo, así como sin trabajadores no hay empresa.

Ahora bien, una de las formas más expeditas de acabar con la empresa, como fuente generadora de trabajo, es con un sistema tributario que asfixie la inversión e imposibilite en la práctica el desarrollo de cualquier actividad productiva ante la existencia de una carga tributaria que anule la rentabilidad económica de quien se arriesga a hacer empresa, lo que generaría un descalabro social y económico generalizado.

En efecto, recordemos que el 99% de las empresas en Colombia son Pyme. Esto significa que, por cada 1.000 empresas en el país, 990 son micro, pequeños o medianos negocios y que por tanto estas son las grandes generadoras de la ocupación del país.

Una carga tributaria insostenible afectaría mayoritariamente a la clase media y baja que son los generadores de pequeños negocios y la mano de obra de los mismos, es decir, a la mayoría de la población. Lo que en un país como Colombia, que lidera por cierto la lista de mayor informalidad laboral en la Ocde, significaría una precarización laboral aún mayor y la debacle de la inversión privada.

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