Una sociedad rumbo a ser inviable

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IDEAS EN MARCHA

Estamos viviendo el peor de los escenarios posibles para una sociedad. Transitamos por la época en que nada, ni nadie nos sirve. Que todo y todos deben ser objeto de sospecha. Que lo único bueno y coherente es lo que yo hago, porque lo que hacen los demás es imperfecto. Así es imposible afrontar como país los inmensos retos que tenemos por delante. La gran verdad, es que no estamos ni medianamente preparados para superar los odios que siempre hemos alimentado y que nos han separado incluso hasta de grandes amigos, con los que nos hemos enfrascado en discusiones interminables que nos han provocado un doloroso alejamiento.

La palabra perdón desaparece lentamente de nuestro léxico. Nos dedicamos a perseguir hasta el cansancio, a odiar sin límites, a encarnizarnos como fieras insaciables con aquellos que se muestran reacios a nuestros criterios e ideologías. No descansamos hasta ver al oponente totalmente arrodillado, para luego buscar otra presa en esa cacería frenética en la que nos hemos dejado involucrar.

Duele ese panorama oscuro de ver gobernantes regionales y nacionales, pelándose los dientes para tener una posición privilegiada sobre el otro, para demostrar a la fuerza un liderazgo que no tienen. John Quincy Adamas, quien fuera el sexto presidente en la historia de los Estados Unidos, decía que: “Si tus acciones inspiran a otros a soñar más, aprender más, hacer más y convertirse en algo más, entonces eres un líder.” Nuestra clase dirigente ya no tiene ni clase, ni dirigencia. Solo obedece a unos intereses personales o de grupos minúsculos, que defienden con mentiras que de tanto repetirlas, resultan imponiéndolas como verdades.

El bochornoso espectáculo que vimos los colombianos en vivo y en directo por la televisión nacional, en la instalación del nuevo Congreso de la República, digno más de una plaza de mercado que del recinto sagrado de nuestra democracia, demuestra que los cambios de los que tanto nos hablan, van rumbo a ser peores que las tragedias que hemos padecido, por cuenta de la ceguera que causa el sectarismo y la lectura acomodada de nuestra historia que siempre hemos tenido. Sea quien sea el presidente de nuestra nación, merece respeto, no solo por su persona, sino por la majestad del cargo que encarna. Sea quien sea el vocero de la réplica al discurso del gobernante, merece ser escuchado con atención. En este escenario no se vio reflejada la actitud de humildad y de convocatoria a la unidad del país del presidente Petro.

En el campo de la educación, que es nuestra pasión, es lamentable comprobar que algunos representantes del gobierno prefieran cerrar instituciones, en lugar de sancionar directamente a los responsables de las faltas. Eso es como vender el sofá acusándolo de ser culpable de la infidelidad. El ministerio tiene la misión no sólo de controlar, sino de acompañar a las instituciones de educación en sus procesos. El país no puede darse el lujo de cerrar centros de formación superior, negándole la posibilidad a cientos de colombianos, de poder acceder a una formación técnica, tecnológica y profesional de calidad. Miles de jóvenes se quedan cada semestre sin poder entrar a la universidad porque no hay cupos suficientes, y estos miopes, enquistados en la burocracia nacional, solo se limitan a heredar odios ajenos, tomando decisiones absurdas e incluso contrarias a la ley.

Si realmente la vocación de nuestro país es el cambio, debemos partir de la transformación y evolución de cada uno de nosotros. No puede ser un simple canto a la bandera o una diatriba de campaña electoral. El cambio parte del ejemplo que le podamos legar a las futuras generaciones, sobre todo quienes dirigen las riendas de nuestra sociedad. ¿Pero qué modelo le estamos ofreciendo a la gente, cuando numerosos dirigentes están sub judice y varios de ellos ad portas de la cárcel? Como dice una frase del refranero popular:

“De todos podemos aprender, el que no es buen ejemplo, es buena advertencia.”

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