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URGE ENFRENTAR LA PROPIA DESHONESTIDAD

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Por: Luis Fernando Pérez Rojas

Dada la realidad que vivimos los colombianos, relacionada con la administración pública, es imperativo hacer una profunda reflexión de la moral para el siglo XXI, desde el pensamiento de John Baines, con el propósito de construir un pensamiento nuevo que garantice una reorientación de las conductas deshonestas de las cuales hemos venido siendo objeto relacionadas con la solidaridad Estatal en esta pandemia, que dolorosamente viene azotando a los colombianos.

Según los informes de la Fiscalía General de la Nación, Procuraduría General de la Nación y la Contraloría General de la Nación, la falta de honradez que percibimos en algunos gobernantes y otros servidores públicos nos genera honda preocupación.

Parece ser que existen servidores públicos consumados en el arte del autoengaño y es posible que la mayor parte de sus conductas, creencias, pensamientos y sentimientos sean de naturaleza opuesta o diversa a la ética y la moral para ejercer el cargo que se les ha confiado.

Un sentimiento de compasión con estos servidores públicos, puede ser la máscara de la vanidad que experimentamos desde la posición de superioridad que adoptamos al compadecer.  La caridad y solidaridad con ellos puede ser la expresión desviada de un sentimiento de culpabilidad; el odio, un amor despechado; la envidia, la desviación del amor y admiración que tenemos por estas personas; la intolerancia moral, y la percepción de la propia falencia ética en el ejercicio de sus funciones y el cumplimiento a la cultura de la legalidad.

Rara vez, los servidores públicos utilizan la racionalidad superior para analizar sus propios actos o aquellas situaciones en la que están involucrados como delincuentes de la corrupción.  Recurren, en cambio, a maquillar sus deseos y propósitos para no sentirse avergonzados de ellos.  Son expertos en acaramelar sus actuaciones, para que los verdaderos móviles de la deshonestidad e inmoralidad que albergan desde sus cargos, permanezcan ocultos a la sociedad y a su propio pensamiento consciente.

Esta elaborada estrategia de corrupción les permite actuar incorrectamente, apoderándose de lo que no les corresponde, mentir, engañar, estafar o asesinar, conservando la sensación de que en ningún momento se han apartado del camino correcto.

Tienen pánico a reconocer que puede haber algo malo, sucio o torcido en sus corazones, lo que les exige, muchas veces, fingir una complacencia, tolerancia, amistad o simpatía que no sienten.  La hipocresía domina su existencia y niegan pertinazmente la corrupción, asumiendo que carecen de ella y se autoproclaman inocentes y cumplidores de la constitución y las leyes.  Temen y rechazan a los que dicen la verdad aduciendo que éstos quebrantan el sistema y los dejan en clara evidencia.

No obstante, simpatizan, en cambio, con los hipócritas tibios y acaramelados que no toman ninguna responsabilidad, no se comprometen a nada y se mantienen siempre en una posición ambigua e indefinida para evitar la crítica.  Lo peor de todo es que les agrada autocalificarse de nobles, buenos, generosos, transparentes, sensibles y, creen hablar y actuar en consecuencia.  ¡Mal olor se le siente al perro!

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