Violencia, corrupción e inseguridad ciudadana, continúan implacables

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Por: Héctor Jaime Guerra

“En su perverso propósito a estos abominables flagelos no los ha detenido ni el dolor y la tragedia que ahora por la pandemia del Coronavirus, con tanta insensibilidad y crueldad golpean no sólo a Colombia, sino a toda la humanidad”.

La corrupción, la violencia y, consecuencialmente, la inseguridad ciudadana en los territorios de nuestro país, no acatan las órdenes de confinamiento y cual si fueran las hermanas mayores del Coronavirus, andan sueltas y, en diabólicos conciliábulos, conciertan sus delitos y criminales formas de actuar, sin que nada -ni nadie- pueda hacerles eficaz frente, para evitar los trágicos y malignos efectos de tan desastrosos fenómenos.

Con fundamento en el excelente estudio realizado por Roberto González Arana e Ivonne Molinares Guerrero, para la revista Investigación & Desarrollo (volumen. 18 No.2) de la Universidad del Norte, se puede concluir que la Violencia en Colombia tiene bastantes y muy sofisticados matices o formas de expresión y de actuar; sin desconocer que por diversas que sean sus manifestaciones en el fondo solo es lo que infortunadamente es, violencia, ruina, muerte para muchos y poder y privilegios para otros. Lo grave de todo es que pareciera que estuviéramos condenados a que ello sea y siga siendo así y que en el más profundo interior del alma nacional tuviéramos –por herencia o rasgos genealógicos- incrustado el virus del odio, el rencor y la maledicencia, pues así hemos vivido incluso desde antes de la formación de nuestra república, en medio de la polarización, el enfrentamiento y las “vías de hecho” como los mecanismos que han predominado para la resolución de muchos de nuestros conflictos, lo que inevitablemente ha carcomido los más profundos cimientos de nuestra nación y de nuestras instituciones.

En otras culturas- naciones, no es que no se tenga delincuencia (es solo que en nosotros parece estar más arraigada), por que como ya se ha reconocido, a través de múltiples estudios en el mundo entero, pareciera que este terrible flagelo fuera concomitante con el ser humano y que fuera uno de sus rasgos más sobresalientes, uno de los atributos que más caracteriza a la raza humana. “El hombre es un lobo para el hombre”, dijo el destacado filósofo Thomas Hobbes, buscando demostrar que por bueno que se fuese al nacer, una persona –al entrar en contacto con el sistema social que lo circunda, tiende a impregnarse de la cultura y del ambiente en que crece y se forma; llegando a suceder que si ese ambiente es hostil y contaminado de falsos paradigmas, vicios y costumbres- maldad, suele ocasionar  que un niño que nace bueno e inocente en un medio como éstos, al paso del tiempo, ya no lo será tanto, pues todo aquello que circunda a su alrededor tarde o temprano lo afectará y lo determinará para el resto de su existencia.

¿Será esto lo que le sucede a nuestra nación y que estamos predestinados a ser violentos y que nuestra organización social y política es corrupta y violenta por naturaleza?

Quiero resistirme a creerlo y, en la medida en que sea posible los colombianos de bien -que somos la inmensa mayoría- seguiremos formando y fortaleciendo esa gran cruzada nacional que se ha formado en el más profundo inconsciente del alma colectiva de nuestra nación, para hacerle decidido frente a tan reprochables y malvados comportamientos y flagelos.

No obstante lo anterior y en la seguridad de la existencia de esa gran resistencia social que contra esas expresiones de maldad y los enemigos de la patria se ha formado, lo cierto es que mientras las grandes mayorías de compatriotas se han dedicado a hacerle frente a los malos paradigmas que nos signan como una de las naciones más violentas y corruptas del Universo, unos pocos, haciendo caso omiso a esos esfuerzos y como eslabones perdidos de ese gran anhelo patriótico de allanar caminos de confraternidad, paz y bienestar para todos, se han dedicado a hacerle eco a esos maldicientes designios, promoviendo, con gran vigor e inusitada sofisticación, las más escabrosas expresiones de corrupción y violencia y, en ese perverso propósito, no los ha detenido ni el dolor y la tragedia que ahora con tanta insensibilidad y crueldad golpea no sólo a Colombia, sino a toda la humanidad, la pandemia del Coronavirus, que al lado de sus hermanas –la violencia, la corrupción y la inseguridad– siguen afectando de manera cruel y dramática a la humanidad y, especialmente a nuestro maltrecho país, causando serios desastres sociales, económicos y políticos en el concierto institucional de nuestro Estado de derecho y sociedad.

elcorreo

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