¿Y quién se preocupa por la educación?

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La educación siempre ha sido un caballo de batalla de las campañas políticas en sus momentos de efervescencia y calor, pero con el correr de los días y ya en el poder, los ánimos se van diluyendo para seguir administrando la rutina, de este, que es un tema fundamental para el desarrollo de cualquier nación del planeta.

Estamos frente a unas sociedades enfermas y esta pandemia no distingue entre países en desarrollo, en vía de desarrollo o en el agobiante subdesarrollo. Tan solo ver a un joven de 18 años disparar contra 19 niños inermes y dos profesores en una escuela de Texas en los Estados Unidos o presenciar la quema de bienes públicos en las protestas por abusos que se dan supuestamente en universidades de Colombia, ya son síntomas de una enfermedad terminal.

Nuestro país no está educando para la convivencia, para la tolerancia, para la democracia, para la justicia y menos para el respeto que nos deben merecer las opiniones de los demás. Nos dedicamos a elaborar rebuscados pensum para los programas de educación superior, que en muchos casos se llenan de cátedras inservibles y desactualizadas, y dejamos de lado la educación en valores con un claro sentido humanista. ¿De qué nos sirven excelentes profesionales y pésimos ciudadanos?

Nos debe preocupar la forma como la política de hoy se distancia cada vez más de las necesidades de siempre. Las carreras por los cargos de elección popular se convirtieron en competencias de vanidad, chismes que van y vienen destruyendo el tejido social de un Estado, enfrentamientos llenos de vulgaridad que solo buscan ofender y descalificar al oponente ante la opinión pública, y manipulaciones arteras de la verdad, protagonizadas desde los medios de comunicación masiva y las redes sociales.
¿Y quién se preocupa por la educación? El psicoanalista francés Jacques-Alain Miller, decía que: “Las controversias actuales sobre la educación son, de cabo a rabo, políticas, cuyo eje es nada más que la producción de sujetos. Se trata siempre de reducir, comprimir, dominar, manipular el goce de aquel a quien se llama niño, para extraer un sujeto digno de ese nombre, es decir, un sujeto sujetado.” Nada más cercano a nuestra sociedad, que trata constantemente de educar para alienar y no educar para ejercer una libertad plena.

Si pretendemos darle un rumbo seguro a Colombia, es necesario preparar cabalmente una dirigencia idónea que sepa tomar decisiones a tiempo para encarar los retos del futuro. Hoy estamos básicamente programando a nuestros jóvenes como si fuesen archivos de memoria, llenos de imágenes, informaciones e ideas, que luego no son capaces de utilizar para resolver las dificultades. A esto se le suma una inmensa indolencia social, que los convierte en seres incapaces de tener empatía con sus congéneres.

La oratoria muy fluida, pero llena de lugares comunes y propuestas imposibles de cumplir por parte de nuestros “lideres” de hoy, ha dejado casi que en el olvido el tema de la educación. Aparentemente para varios de los aspirantes a gobernarnos, es más efectivo endulzar con golosinas baratas el oído de los ciudadanos, que darles bases sólidas para cuestionar su presente y mejorar su futuro. Nuestra Nación estará condenada a una pobreza y a una desigualdad eterna, si a sus habitantes no les damos las herramientas para ejercer soberanamente el derecho a materializar sus sueños.

A las universidades nadie las ha tenido en cuenta para enriquecer las ideas y elaborar una propuesta educativa viable para el pueblo; como si todo marchara bien y los recursos fueran suficientes para cumplir la misión. Pareciera como si el objetivo fuera: voten que después hablamos de eso. El infierno está lleno de buenas intenciones y a pesar de ello, sigue ardiendo con todo el que caiga en él.

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