¡Gracias, Dios mío!

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Anoche murió el padre. Alfonso Llano. Hace unos meses escribió esta columna que se te gustará.

Ante todo, me vuelvo a mi Dios para decirle: ¡gracias, Dios mío!
Soy un anciano pleno y feliz.

Observa Teilhard: “Se puede decir con toda razón que el verdadero dolor entró en el mundo con el Hombre cuando, por primera vez, una conciencia reflexiva se sintió capaz de asistir a su propio empequeñecimiento. El único mal verdadero es el de la persona”.

Pero la vida se yergue por encima de todo. Hay que vivirla con buen espíritu. Ponerle buena cara. Disfrutarla. Conviene cultivar una actitud positiva frente a la vejez.

Es un hecho que con los años se multiplican los achaques; se multiplican, es cierto, pero lo acertado no es dejarse vencer por ellos, sino vencerlos, asumiendo frente a ellos una actitud positiva.

Reírse de ellos y dedicarse a llenar las muchas horas libres que trae consigo la vejez: música selecta, lecturas bien escogidas, recitar unos cuantos salmos, ir a la tienda de la esquina a tomarse un sabroso capuchino, hacer un crucigrama, resolver un sudoku. Además, por la mañana, es oportuno y placentero hacerle siesta al desayuno: echarse la que llaman siesta del carnero. ¡Sin incurrir en el extremo de hacerle siesta hasta a un tinto! Conviene vestir bien, echarse al cuello unas gotas de agua de colonia, ventilar el cuarto, abrir la ventana, salir al parque cercano a tomar el aire fresco y el sol, cuando lo hay.

Dice el psicólogo vienés Viktor Frankl: “Uno de los postulados básicos de la logoterapia –el tratamiento del vacío existencial mediante la búsqueda de sentido– estriba en que el interés principal del hombre no es ya encontrar el placer o evitar el dolor, sino hallarle sentido a la vida”.

No hay ente más detestable que un anciano mal vestido, sucio y cascarrabias. Le huyen los nietos, los amigos le sacan el cuerpo, hasta los perros se le esconden. Como no hay sorpresa más grata que encontrarse con un anciano de buen humor, sabio y bien vestido.

Se lo digo por experiencia hoy, cuando arribo a mis 92 años: no hay cosa más bella que decirle sí a la vida y hacerles frente a los achaques y sonreírles a los años.

Se verá uno rodeado de rostros alegres y agradecidos porque les está dando una bella lección: decirle sí a la vida; sonreírle a todo el que encontremos a nuestro paso.

No hay que buscar el sufrimiento. Pero, cuando se impone, después de haber hecho todo lo posible por evitarlo, dígale sí. Notará algo milagroso: que el mismo sufrimiento cambia su rostro negativo y amargo por uno positivo y sonriente. Ya tiene sentido. El sufrimiento, cuando se impone, hay que asumirlo y vencerlo.De nuevo, observa con sabiduría el psicólogo Viktor Frankl: “El sufrimiento deja de ser sufrimiento en el momento en que le encontremos sentido”.

Les ruego una petición al buen Jesús por mi persona: ¡Señor, que el padre Llano acabe bien! Un naufragio a la vista del puerto sería fatal. Quiero que se haga realidad la petición que tantas veces le he hecho al Señor: “Señor, que acabe bien”. ALFONSO LLANO ESCOBAR, S. J

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