Las elecciones en EE.UU., la economía y todo lo demás

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Con la pandemia de por medio, el legado económico de Donald Trump se percibe como quien maneja a través de una niebla espesa. Para bien o para mal, la conversación sobre economía en Estados Unidos incluye enfatizar más en la revisión de los beneficios del comercio internacional y su impacto en las industrias nacionales.

Decir que uno de los puntos duros de una elección es la economía es pasar por la obviedad y seguir a toda velocidad hacia la redundancia. Pero lo es aún más cuando se trata de una elección en Estados Unidos en la que se juega el puesto el presidente Donald Trump, quien prometió hace cuatro años revitalizar la principal economía del planeta a favor de los pequeños, los trabajadores en los renglones más abandonados y golpeados por un mercado global que suele entregarle más a quien más tiene.

Una curiosa promesa para un hombre entregado a la grandilocuencia y la adjetivación perpetua, con un vasto emporio construido no en las fábricas de acero o en las líneas de producción de la manufactura, sino en la especulación del mercado inmobiliario y en el mundo surreal de la reality TV. Entonces, ¿logró cumplir su promesa? Los números en temas como empleo y pobreza dicen que no, pero lo que sí hubo fue un movimiento casi tectónico en las bases del comercio global, especialmente con China.

La economía más grande y el COVID-19

Los datos más recientes sobre la economía de Estados Unidos indican que hay una recuperación en marcha, con números sólidos que muestran un especial repunte en el consumo de los hogares, con un particular énfasis en renovaciones y construcciones (así como en la cadena de valor de estas actividades, como materiales para obras); también hay un repunte en el mercado inmobiliario y en bienes duraderos, como carros, por ejemplo.

De los US$2,5 billones que exportó EE. UU. en 2019, los servicios comerciales representaron US$876.000 millones

En comparación con el segundo trimestre del año, la economía de EE. UU. registró una subida del 7,4 % (con un aumento anualizado de poco más del 33 %). Todo un logro, si se tiene en cuenta que en el primer trimestre del año el PIB estadounidense bajó 1,3 % y en el segundo se desplomó 9 %.

Este rebote en el tercer periodo señala que la economía ha recorrido unos dos tercios del camino que descendió por cuenta de la pandemia.

La pregunta, entonces, es si el tercio restante logrará ser escalado en el último trimestre para, al menos, empatar el final de 2020 con los niveles de crecimiento antes de la pandemia. Citando las palabras de un programa de televisión: “No lo sé, Rick”; pero, la verdad, es que no pareciera.

Para buscar datos que lleven hacia la respuesta, vale la pena mirar las cifras del PIB del tercer trimestre. Renovaciones y construcciones en los hogares, compras de muebles o materiales para obras, todo esto ayudó al mayor rebote económico del que se tenga registro fiable, pero la gasolina macroeconómica de esas compras dura hasta un punto. En últimas, después de remodelar la oficina en casa una vez, ¿una persona lo va a hacer tres o cuatro veces más en los próximos tres o seis meses?

Hay otros renglones en los que las noticias, sin ser necesariamente malas, no muestran una luz clara en el camino hacia la recuperación en el corto plazo. Asuntos como la producción industrial muestran bajas para septiembre y el sector servicios no termina de sacudirse del letargo inducido por las medidas de restricción para mitigar el avance del virus: a pesar de que experimentó un rebote del 8,5 % en el tercer trimestre, aún continúa estando 7,7 % por debajo de su nivel prepandemia.

El comercio exterior

Pocas palabras definen más la economía de la era Donald Trump que “comercio”, especialmente cuando está conjugada en la expresión guerra comercial.

Los conflictos comerciales empezados por Trump ciertamente redefinieron las dinámicas globales de este renglón. Y aunque buena parte de los titulares de estos cuatro años giraron alrededor de la guerra arancelaria con China, no hay que olvidar que, por ejemplo, las restricciones a las importaciones de acero y aluminio impactaron a una larga lista de mercados (incluyendo a Colombia).

La imposición de aranceles y otras trabas al comercio terminaron por involucrar, en mayor o menor medida, a países como Japón, Corea del Sur, Rusia, Canadá, México y a la Unión Europea, entre otros territorios.

De fondo, la jugada de Trump aquí era reducir el déficit comercial del país (o sea, la diferencia negativa entre exportaciones vs. importaciones; más compras que ventas, en últimas). De acuerdo con las cifras del Departamento de Comercio de este país, este indicador se redujo en 2019 (rozando así los US$617.000 millones): fue la primera vez que el número bajó desde 2013.

Los aranceles han sido el instrumento predilecto de Trump para tratar de inclinar la balanza comercial a favor de su país, privilegiando así su industria nacional y, en últimas, estimulando la creación de nuevos puestos de trabajo en sectores industriales (muchos de ellos afincados en regiones con tradición de votar por republicanos). ¿Cómo le fue con esta estrategia?

Hay señales mezcladas: sí, el mercado laboral se está recuperando, pero no pareciera hacerlo a la velocidad que se necesita para volver a los niveles prepandemia. En septiembre de este año (el dato más reciente), la economía estadounidense generó 661.000 nuevos puestos de trabajo, una buena cifra bajo cualquier óptica, hasta que se ajustan los lentes con perspectiva COVID: entre marzo y abril se recortaron 22 millones de posiciones laborales en ese país y, al ritmo actual, al mercado laboral le tomará 17 meses recuperar todas las pérdidas ocasionadas por el coronavirus.

Un buen ejemplo para entender estas tensiones, de acuerdo con las palabras de un analista, puede ser esta: qué tanto y qué tan rápido se puede llenar una tina que tiene una fuga.

La nueva conversación

El foco de la administración Trump en el terreno de la industria nacional y el mercado interno (en conjunto con las presiones en comercio exterior) han logrado redefinir, de cierta forma, la agenda económica, al menos para tiempos electorales. Joe Biden, el contendor demócrata, también tiene una plataforma de protección a la producción nacional en renglones como manufactura, por ejemplo. Esto a pesar de que este sector solo responde por el 9 % de los empleos en EE. UU. y su peso en el PIB orbita alrededor del 10 %.

Y en este punto hay que tratar con cuidado la filigrana que separa la economía de la política, pues si bien buena parte del MAGA pasa por traer de vuelta empleos desde otros países, estas promesas no siempre han salido bien.

El ejemplo de Foxconn encarna todo este escenario: un gigante extranjero encargado de fabricar (en China, principalmente) los bienes de tecnología que EE. UU. consume casi con desespero, una dinámica que amplía el déficit comercial y beneficia primordialmente al mercado laboral de países rivales.

En 2017, el gobierno de Wisconsin anunció la creación en su estado de una fábrica de Foxconn, la bestia de fabricación de electrónicos, responsable de la producción de los millones de iPhones que sustentan buena parte de las ganancias de Apple, la compañía más valiosa en el mundo, con sede en EE. UU.

La instalación se anunció como la punta de lanza de lo que podría ser un centro de manufactura de electrónicos en el sureste de este estado. Se habló de una inversión de US$10.000 millones y de 13.000 nuevos empleos en la fábrica, que estaría enfocada en la creación de paneles LCD. Tres años después, la factoría y los trabajos siguen en camino, por decirlo de cierta forma.

Las dificultades en los renglones industriales de la producción se suman a un desempeño perezoso de las exportaciones: buena parte de ellas están relacionadas con servicios, que han llevado la peor parte por la naturaleza de las restricciones en todo el mundo para mitigar la expansión del COVID-19. De acuerdo con las cifras oficiales, de los US$2,5 billones que exportó EE. UU. en 2019, los servicios comerciales representaron US$876.000 millones.

Paralelo a esto, las importaciones han crecido sostenidamente desde mayo de este año, pasando de poco menos de US$200.000 millones en ese mes a US$239.000 millones para agosto. Vale la pena anotar que las compras exteriores de este país venían decreciendo continuamente desde enero de 2020.

En cuanto al déficit comercial con China, este ciertamente ha disminuido, en buena parte debido al acuerdo al que llegaron ambos países en el que Beijing se comprometió a incrementar sus compras de EE. UU. en más de US$300.000 para finales de 2021. Pero aquí hay una paradoja bien interesante: la economía china creció 4,9 % en el tercer trimestre de este año, con un aumento de exportaciones del 10,2 %, que en una porción nada despreciable fueron a parar a Estados Unidos. ¿Con qué compra una economía que técnicamente está en recesión?

Una de las razones por las cuales el consumo en los hogares estadounidenses ha logrado mantenerse a flote es por las ayudas federales, principalmente un primer paquete de asistencia por US$2,2 billones (una segunda dosis sigue atascada en el Congreso). Entonces, de cierta forma, los fondos del gobierno central han impulsado las compras exteriores de mercancías que, a su vez, privilegian en una porción a China.

Independientemente de quién se quede en la Casa Blanca después de las elecciones del martes, la conversación sobre economía en el país ha sufrido alteraciones fundamentales: palabras como comercio e industria han recobrado fuerza. Algunas olvidadas, como aranceles, volvieron a ser útiles y deseables, mientras que otras más conocidas y temidas, como crisis, se han transformado en paisaje. Y otros términos como recuperación y reactivación siguen siendo cosas que toca decir con los ojos cerrados, de la misma forma que tocará ver los resultados de una noche decisiva para todos.

Por: El Espectador – Santiago La Rotta

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