Los innombrables

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La alternativa que nos quieren imponer los que hoy no es necesario nombrar no es la adecuada. Su receta es de desazón, pobreza y muerte.


La violencia no nos define como sociedad. Argumentar que la reacción natural y justificada, ante las dificultades por las que atraviesa el mundo, es salir a las calles a romper estaciones de TransMilenio, locales comerciales o saquear bancos es populista y, en este caso, criminal. En Colombia somos más los que tenemos el ánimo de construir y avanzar, no de destruir y retroceder. La supuesta matemática que asegura que la mayoría está indignada y presta para incendiar es equivocada. Este país es de trabajadores, empresarios, creativos y ciudadanos de bien, no de receptores de bolsas en efectivo en la penumbra. Los que nos quieren hacer creer lo contrario tienen un macabro plan final.

La protesta de los últimos días fue un completo fracaso. No por los pocos que salieron legítimamente a las calles a manifestarse en paz, más bien por sus organizadores, quienes, pensaban, iban a salir victoriosos y fortalecidos. Fracasó porque la violencia, una vez más, opacó el supuesto llamado general de insatisfacción y lo reemplazó por imágenes de destrucción. Fracasó porque, en vez de haber dejado a sus patrocinadores como legítimos líderes canalizadores, los desnudó como azuzadores profesionales dispuestos a poner como carne de cañón a los más jóvenes y vulnerables en lo peor de la pandemia. Fracasó porque dejó a sus promotores como sordos intransigentes que avanzaron en sus planes, a pesar de que la reforma tributaria –supuesta originadora de la protesta– no tiene respaldo de los partidos políticos ni de la población en general.

También quedaron muy mal los que en redes andan indignados por todo y con todo. Aquellos que muy orondos postean desde su celular cuanta irresponsabilidad imaginan, esperando a que les den “me gusta” y buscando la relevancia que no merecen. Ellos también fracasaron.

Justificar la violencia solo justifica más violencia. Justificar los desmanes solo genera más desmanes. Justificar la impunidad solo genera más impunidad. Lo que pasó la semana pasada está mal, fue premeditado y no hay manera de perfumarlo.

En medio de sus imperfecciones, este país tiene los espacios para discutir y llegar a los consensos que se necesitan. El problema es que algunos actores están acostumbrados a que la salida a las dificultades está en el uso de la violencia, la oscuridad y las sombras. Quieren convencernos de que el panorama no tiene solución, y que, por lo tanto, la salida es la destrucción de la institución.

Todo esto no es para decir que vivimos en el país de las maravillas y que hay que esperar quietos en la silla a que los mismos de siempre nos gobiernen con lo mismo de siempre. Por ellos no hay plata suficiente; por su culpa hay corrupción, y por sus errores no hemos podido salir adelante. Pero la alternativa que nos quieren imponer los que hoy no es necesario nombrar no es la adecuada. Su receta es de desazón, pobreza y muerte. 

El Gobierno cometió un error en presentar la reforma tributaria como está. Se equivocó de cabo a rabo en su lectura de país. No supo interpretar que en la calle la gente está cansada de estar encerrada, saturada y empobrecida por la pandemia. Sus tecnócratas demostraron que son pésimos en hacer política, y eso es imperdonable en momentos de tanta tensión. Los técnicos que hacen política pública deben manejar sus habilidades, conocimientos y responsabilidades con cautela y no en el exilio de los libros y el deber ser. No se pueden comportar como astronautas sin corazón.

El siguiente paso es qué hacer con la reforma. Para ello parecen existir solamente dos opciones: o se acogen las iniciativas de algunos empresarios de asumir la mayor parte del golpe a punta de la suspensión de las gabelas obtenidas en el pasado, o se llega a acuerdos inmediatos con los partidos para estabilizar las finanzas nacionales, y, así, evitar que nuestros bonos empiecen a tranzarse a tasas por debajo del grado de inversión sin haberlo perdido formalmente. Esto es urgente. No hay tiempo para levantar la totalidad del texto. Los inversionistas ya están viendo lo que está pasando en el país, y, si los legisladores no entienden la necesidad de lograr un acuerdo ya, las consecuencias serán considerables. Miren el precio del dólar.

Queda por investigar quiénes son los malandros que se articulan para llevar a cabo los desmanes. ¿De dónde sale la plata que los financia?, ¿quién paga su actividad en redes?, ¿cómo coordinan sus ataques simultáneos?, ¿de dónde son? Las autoridades están en deuda de identificarlos. La Fiscalía detuvo a 14 personas, pero un juez les dio libertad por fallas en el proceso. Eso no puede pasar.

Finalmente, usted se preguntará por qué no nombro a quienes me refiero. La respuesta es muy fácil: usted ya sabe de quiénes se trata, y el daño que nos hacen como nación. 

P. D. La izquierda tiene su candidato. ¿Y los demás? Sin las cartas completas seguiremos viendo un panorama político incompleto y distorsionado. Si quieren jugar de verdad, deben dejar las peleas, celos y ambiciones internas. Terminar como Perú está a la vuelta de la esquina.

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