Menos aplausos, más plata

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Sin desembolsos contantes y sonantes, va a ser muy difícil sacar adelante el estatuto para migrantes

La audaz decisión del presidente Iván Duque de regularizar a los venezolanos que han tenido que huir de su país por la dictadura de Nicolás Maduro para instalarse en el nuestro tiene consigo una racionalidad económica impecable, pero también un sentido humanitario que solo unos pocos bárbaros se atreverían a cuestionar. Aunque no esté calculada con exactitud la expectativa de retorno, resulta claro que será inmensamente superior a los costos que tengamos que sufragar para materializar el estatuto transitorio de migrantes, cuyo decreto acaba de ser firmado.

De hecho, el Fondo Monetario Internacional ha dicho que la migración venezolana le ayudará a Colombia a incrementar su PIB en 0,1 por ciento por año, a partir del 2024. Además, no existe evidencia sólida de que haya habido desplazamiento laboral en el mercado formal debido a la llegada de los venezolanos y, en cambio, tener a los extranjeros regularizados implicará que se nivele la cancha para unos y otros en el momento de ser contratados. En la informalidad, los venezolanos les ganaban a los colombianos porque se conformaban con muy poco para realizar ciertas labores.

El problema es que, aunque sea lo correcto y tenga buenos resultados en el mediano y largo plazo, en el corto término va a implicar inversiones que requerirán un esfuerzo fiscal importante con el que nuestro país no puede solo. Inicialmente, el Gobierno ha hablado de unos 20.000 millones de pesos para la implementación de los aspectos básicos del estatuto, adicionales a los 14.000 millones que ya están en licitación por parte de Migración Colombia para registro, identificación y control de los migrantes.

Por eso, a las cartas del presidente Joe Biden y el Congreso estadounidense, y las visitas de ministros de Exteriores como la española Arancha González, que estuvo en la frontera el fin de semana, desatando la ira del dictador Maduro, hay que sumarles plata contante y sonante que venga de una cooperación internacional organizada y fluida.

El mundo apenas está abriendo los ojos sobre este fenómeno, de allí que la tarea más importante que tiene el Gobierno no va a ser de puertas para adentro, pues, por fortuna, los colombianos hemos recibido bien la noticia, y la xenofobia, salvo por algunos comentarios descachados de ciertos mandatarios, no es un fenómeno arraigado entre nosotros. La Canciller actual (o la nueva) tiene que persuadir a los países más ricos sobre esta realidad e invitarlos a donar con prontitud.

Según cifras reveladas por el prestigioso instituto Brookings, mientras en el caso de Sudán del Sur hay aportes cercanos a los 1.600 dólares por inmigrante y en el caso de Siria esta misma cifra puede llegar a los 3.000, para los venezolanos, esta inversión no supera los 300 dólares. Esa lógica tiene que cambiar, y solo mediante esfuerzos concentrados en mostrar el reto de haber recibido a casi 2 millones de vecinos que se vinieron a vivir a nuestra casa y las implicaciones que esto ha tenido, la comunidad internacional comenzará a darse cuenta de que ninguna crisis migratoria es tan apremiante como la venezolana.

El gobierno Duque ha sido consecuente en su discurso frente a la tiranía y ordenado y eficiente en la recepción de quienes huyen con sobradas razones. Ahora le corresponde al mundo ser coherente con sus expresiones públicas y meterse la mano al bolsillo para ayudarnos a sacar adelante este propósito.

Por: José Manuel Acevedo M.@JoseMAcevedo

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