AGONÍA DE LA ESPERANZA

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No veo que haya milagro posible para este proyecto que sonaba mejor de lo que resultó.

Por Daniel Coronell

El llamado Acuerdo Centro Esperanza está muriendo apenas una semana después de su bautizo. Hace escasos ocho días parecía estar enviando una prueba de supervivencia. Finalmente sus dirigentes habían sido capaces de mirar más allá de sus narices, después de pujar mucho y en un llamado cónclave produjeron una hojita -siete puntos en una cuartilla tamaño carta- anunciandoque empezarían a caminar para el mismo lado. Nada del otro mundo, solo una obviedad largamente esperada. Poco duró la determinación.No alcanzaron a pasar cuatro días cuando resurgieron con bríos los choques de egos, las discusiones sobre mecánica, las exclusiones, todo lo que no los dejó ser.

Y no es que Colombia no necesite una alternativa de centro. La inmensa mayoría del país se define como centrista. Lo que pasa es que los actores reunidos allí no pudieron entenderlo. Antepusieron sus intereses a los de la mayoría y se condenaron a su inexorable extinción, como lo vienen mostrando las encuestas.

Ellos sobran para Uribe y para Petro. En la medida en que no haya centro, cada uno podrá edificar su campaña sobre el miedo al otro.

Los dirigentes del Acuerdo Centro Esperanza, indiferentes a todas las señales, siguen cultivando teorías para tranquilizarse: que esto todavía no ha empezado, que cuando queden pocos candidatos retomarán la relevancia que perdieron por su propia negligencia, que basta con que la gente mire a lado y lado para que los busque a ellos. 

Los mismos cuentos de hace cuatro años cuando las matemáticas comprobaron que la simple unión de las candidaturas de Humberto de la Calle y Sergio Fajardo habría sido suficiente para cambiar el destino de Colombia.

No pudieron verlo hace cuatro años y tampoco pueden verlo ahora. El Fajardo de 2018, merecedor de todo, seguro de no tener el deber de ganarse en una consulta la tracción electoral que sí conquistaron sus rivales. Envanecido en su narcisismo, creyendo que sus pares lo tenían que llevar en hombros a una candidatura que se preocupaba más de lo que pasaba adentro de la alianza que de lo que estaba sucediendo en el país. Promulgando vetos pero incapaz de arriesgar recursos para ese esfuerzo de última milla en la primera vuelta. Mezquino en las uniones, cicatero con la esperanza.

El Fajardo de ahora: cercado por las investigaciones en su contra, en franca caída en la intención de voto y convencido de que el propósito de la coalición es su absolución política y no ganar la presidencia de Colombia.

Él no es el único responsable de lo que está pasando.

Alejandro Gaviria ha resultado decepcionante. 48 horas después de entrar al ruedo estaba alabando las excelsas virtudes de Alberto Carrasquilla, el autor de la fallida reforma tributaria que incendió a Colombia. Hace apenas unos días, dio a entender que podría hacer alianzas con Fico Gutiérrez. ¿Entonces por qué no irse desde ya con el que diga Uribe? 

La sensación que Alejandro Gaviria despierta es rara y triste. Después de tanta esperanza su candidatura no nació, o mejor dicho sí nació pero es un mortinato. Tuvo todo en sus manos y se le fue.

Juan Manuel Galán, hombre honesto pero incapaz de interpretar la coyuntura, logró convertir la justa resurrección del Nuevo Liberalismo, que mucha gente celebró, en un obstáculo para la unidad del centro. Su empecinamiento -y el de su familia- en impedir la construcción de una lista única, presagia que las elecciones parlamentarias serán la lápida definitiva de esa coalición.

Con listas separadas es posible que ninguna alcance el umbral y que terminen sin representación en el Congreso.

Angélica Lozano parece más preocupada de una eventual candidatura de Claudia López en 2026 que de lo que pase el año entrante. Por cierto, no veo cómo Claudia puede sacar una candidatura presidencial de la alcaldía que está haciendo en Bogotá.

Juan Fernando Cristo esel que mejor entiende la realidad electoral, sin embargo está empeñado en consumar un triunfo pírrico sobre el expresidente César Gaviria, sin importar que en su batalla contra un partido en ocaso se lleve por delante la viabilidad del centro.

Jorge Enrique Robledo, excepcional senador pero mal componedor, ha venido haciendo gala de esa vocación minoritaria de su grupo, muy útil y necesaria para hacer oposición pero contraindicada para armar una coalición ganadora.

Queda Humberto de la Calle quien, en diferentes tonos, viene pronosticando hace meses que iba a pasar exactamente lo que está pasando.

No veo que haya milagro posible para este proyecto que sonaba mejor de lo que resultó.

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