Consejo de Derechos Humanos de la ONU: El club de los dictadores humanitarios

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El ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, dirigió en Febrero un discurso al Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas, en el que cuestionó la actitud de los países occidentales, entrometida e irrespetuosa según su parecer, con los valores e instituciones de Rusia y de otras sociedades. De acuerdo con Lavrov, al pretender imponer su percepción del mundo y su cultura, Occidente agrede la integridad y soberanía de las naciones, uno de los principios fundantes del sistema internacional de estados, que la ONU impulsó desde su creación, en 1945. Y además, agrega el canciller ruso, actúa con cinismo, al condenar las violaciones sistemáticas de los derechos fundamentales en los países que no comulgan con su ideología demoliberal, mas se abstiene de admitir los vejámenes cometidos por los estados miembros de la Unión Europea, o por Estados Unidos.

No le falta razón al representante de la política exterior de Rusia. Es innegable que, de hacer un examen más riguroso a la observancia del cumplimiento de los derechos humanos en el mundo entero, muy pocas naciones saldrían invictas. El paradigma idealista de la inmediata posguerra, y las normas de Derecho Internacional que resultaron de ese tiempo, se sustentaban en un maximalismo ético casi irrealizable, con la convicción de que los gobiernos, al sentirse comprometidos unos con los otros por la paz mundial y la evitación de toda confrontación violenta, asistirían a un futuro de paz y concordia perpetuas. Y no fue así. En cambio, los siguientes tres cuartos de siglo han sido prolijos en toda clase de guerras, de menor intensidad y alcance, pero mucho más frecuentes y generalizadas. África Central, Oriente Medio, América Latina y el sudeste de Asia, mantienen activos gran parte de sus conflictos internos (o intraestatales, dirían Mary Kaldor, Paul Collier y Herfried Münkler) y han sido el epicentro de masacres que motivaron, hacia el año 2002, la creación de la Corte Penal Internacional.

Es cierto que Occidente, habiéndose embarcado en aventuras de política exterior como la segunda guerra de los Balcanes, en 1998; la de Afganistán, en 2001, o la de Irak, en 2003, terminó pagando un altísimo costo en vidas humanas, tanto de civiles como de efectivos militares, y desde el punto de vista político, al verse expuesto al repudio mediático y de una parte muy importante de la opinión pública, en los Estados Unidos, Gran Bretaña, España, Francia y otros líderes de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), que les exigía transparencia y rendición de cuentas por lo ocurrido.

No obstante, la contraparte de las democracias occidentales y sus aliados, no es precisamente mejor ni representa un ejemplo de apego por la vida, las libertades y los derechos de los asociados. Cada año, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, compuesto por 47 integrantes desde su creación, en 2006, somete a votación ante la Asamblea General, la incorporación de nuevos candidatos, para un período de tres años. Con un historial deplorable en la garantía y protección de los derechos fundamentales, Rusia se ha postulado para obtener una posición en el Consejo, buscando compartir la mesa con democracias tan notables como Australia, Dinamarca u Holanda, de igual modo que con dictaduras liberticidas como Cuba, Venezuela, Arabia Saudita o Sudán. Si se trata de elegir, al final son preferibles los regímenes democráticos al estilo occidental, con sus debilidades e imperfecciones, que las pesadillas totalitarias del nuevo orden multipolar.

 

Por Juan David García Ramírez

 

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