¿Es posible despolarizar la discusión política actual? Una alternativa desde Star Wars.

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Es un lugar común señalar que muchos espacios actuales de discusión política están supremamente polarizados (en Colombia, pero también en otros países). Uno podría decir que la polarización supone el alejamiento entre los puntos de encuentro de las creencias políticas de las personas; la situación por la cuál las opiniones divergentes llevan primero a crear adversarios y luego, enemigos. Esto supera a los líderes políticos (algunos de los cuáles seguro toman tinto juntos, mientras se ríen de las discusiones que provocan sus peleas en los medios sociales) y se centra sobre todo en los debates cotidianos que las personas tenemos sobre nuestras posturas políticas. En Twitter, en Facebook, por supuesto, pero también en comidas familiares y espacios laborales, entre amigos e incluso, en eventuales confrontaciones, entre desconocidos.​​

La polarización (llevada a ciertos extremos, por supuesto) puede ser inconveniente porque desincentiva los acuerdos políticos, enrarece el debate público, exilia la moderación al verla como tibieza y al final, en algunos casos, puede llevar a la violencia. Pero metidos en medio de las pantanosas peleas de “ellos” contra “nosotros” ¿se puede hacer algo para des escalar la tensión de la polarización? ¿Se pueden reconstruir los puentes a los que tantos incendiarios les echaron fuego?

Es obvio que los medios sociales han permitido que los grupos se hagan más estrechos, más unidos y las oportunidades de “demostrar” lealtad (ser más papista que el papa da buenos puntos). De igual manera, ha facilitado que las personas consigamos información que valide nuestras ideas y que construyamos cajas de resonancia en el que nuestras posiciones son validadas constantemente. El conflicto se convierte también en una tentación constante de linchamiento y las posiciones moderadas o conciliadoras no suelen salir muy bien libradas. Sumado a todo esto, el incentivo principal de los medios sociales -me gustan, corazones y compartidas- premian la controversia y el insulto.

En su libro “La mente de los justos”, Jonathan Haidt señala la influencia que la disonancia cognitiva y la disposición evolutiva que tenemos a organizarnos en grupos y desarrollar lealtades grupales que reafirman nuestra identidad, tiene sobre la dificultad para nuestras cabezas de aceptar argumentos contrarios a nuestra ideas iniciales o identidades ideológicas. Para esta herencia de cientos de miles de años, nuestro recién descubierto coctel de auto gratificación social y refuerzo de ideas previas es bastante parecido a una droga.​

Un lugar inesperado para pistas interesantes en la superación de esta situación se encuentra en la ciencia ficción de aventuras. En su libro “La ideología de Star Wars” (2017), Fernando Ángel Moreno señala la importancia de los personajes que desescalan conflictos en la resolución de tensiones irresolubles y polarizantes. Este rol es personificado en la primera trilogía de la saga por Luke Skywalker y su reticencia a matar a Darth Vader, su padre, incluso a riesgo de morir el mismo al final de “El regreso del Jedi”. Esta acción remide a Vader, pero también a Luke y señala un punto de quiebre para una historia centrada en la dicotomía absoluta del lado luminoso y el lado oscuro de “La Fuerza”. Luke es al final un extraño protagonista del género y como sostiene Moreno “rompe con el héroe tradicional al renunciar a matar al villano” (p. 146).

El punto central de Moreno es que Luke, el protagonista de la primera trilogía de Star Wars (y de alguna manera, una presencia central en la tercera), es la representación de los puentes entre extremos. El problema de los dos extremos en las películas es que las posibilidades de cercanía, de acuerdo, de resolución no violenta son ninguna (con excepción de la acción de Luke, que va en contravía de las indicaciones de sus maestros y a la vez, lo arriesga a perder su vida). El heroísmo de Luke se presenta al renunciar a “destruir” a su enemigo, una decisión que ni los más encumbrados Jedi habrían considerado (Los dos maestros de Luke le señalan la necesidad de matar a Vader, pero solo él tiene esperanzas en su padre, “aún hay bien en él”, dice). Explica Moreno:

nuestra educación en un mundo de ‘ellos’ y ‘nosotros’, al que estamos acostumbrados día a día, puede despertar cierta simpatía hacia esta lucha y cierto deseo de aniquilar al enemigo, de hacerle trizas, de humillarle (…) Luke no lo hace (…) No se humilla al enemigo, no se le destruye. Es el propio enemigo el que toma la decisión de abandonar su dualismo y rebelarse contra aquellos que desean mantenerse en él. Moreno 2017, p. 137.

Y con esta acción, mientras su sable laser cae al piso y renuncia a la lucha en esos términos, la dicotomía irreprimible termina (al menos por ese momento). La saga habla de “devolverle el equilibrio a la Fuerza” constantemente, en esa acción particular de Luke de evitar la aniquilación de su enemigo está probablemente la única vez en todas las películas que vemos esto realmente en acción. Evitar la tentación de destruir, humillar, acabar con nuestro contrincante es precisamente eso: equilibrio.

¿Es posible bajar nuestros sables? No para juntarnos, o renunciar absolutamente a nuestras ideas, al fin de cuentas, hay distancias profundas entre no hacer alianza y destruirse mutuamente. Precisamente en el acto de reconocer en nuestro contrario no a un enemigo, sino a un adversario, en ver en sus ideas, creencias y motivaciones razones tan potentes, así no sean compartidas, como las mías. Y sobre estas ideas, bajar el arma. Romper la rueda. Salir del pantano. Evitar el único aparente desenlace de la lucha sin descanso, de la competencia por quién gobernará sobre las cenizas.

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