La «berraquera», algo muy propio de los colombianos

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Es un término propio de la cultura colombiana, cada vez más popular, que ha ido venciendo resistencias a niveles más o menos cultos para emplearse en el lenguaje corriente, en lugar del coraje, la audacia o la valentía, sinónimos próximos a ella. «¡Es un verraco!», «¡qué verraquera!», «¡sea verraco!» (casi siempre con v), son expresiones que han calado hondo en el alma de  este país y que deberíamos acabar de aclimatar en la lengua normal para que ya no sea pronunciado con cierto pudor y temor a ofender al interlocutor por usar una palabra «fea». No se me había ocurrido nunca tomar la berraquera (con b) como algo positivo y hablar de algo digno de ser analizado como parte de nuestra identidad cultural. 
La etimología según el diccionario DRAE: verraquera: coloquialmente: lloro con rabia y continuado de los niños; verraquear: gruñir o dar señales de enfado o enojo, llorar con rabia y continuadamente. Según el Diccionario de Americanismos: berraco: persona valiente o persona o cosa extraordinaria o magnífica. Y según el Diccionario del Colombiano Actual: berraco: colérico. furioso; de gran valor o magnitud; que tiene empeño para un arte actividad; berraquera: cólera, furia, valor, obstinación, terquedad, que tiene grandes aptitudes  para un arte o actividad; también significa maravilla.
Volviendo al significado más propio de Colombia, nos encontramos modalidades de la berraquera que son muy expresivas entre nosotros: «le faltó berraquera», «a esto hay que ponerle berraquera», «este es un país berraco» y otras por el estilo. Aquí lo importante es subrayar que corresponde a comportamientos concretos, que es percibido por los demás y que, a la vez, encierra una voz de aliento, de ánimo, de esfuerzo necesario para sacar algo adelante. A veces tiene connotaciones negativas al destacar con ese adjetivo acciones incorrectas.
Pienso que es una cualidad que se acendra con las dificultades que como país hemos recorrido a lo largo de dos siglos de guerras civiles, de violencia guerrillera, de enfrentamiento partidista, de inequidad social, al mismo tiempo que de generaciones de colombianos trabajadores, que no se han arredrado ante ningún tipo de dificultades y le han puesto el pecho a ellas con entereza, con honradez y con ánimo perseverante. El amor a la patria es inquebrantable e inconmovible la confianza en la capacidad humana de la gente: laboriosa, dedicada, recursiva, innovadora.
El colombiano ha trabajado muy duro por lo que tiene y no puede dejar que se lo arranque nadie y, al contrario, hay que tenerlo en mente vivamente. Ahora que estamos en medio de un proceso de diálogo en busca de la paz anhelada durante medio siglo, es conveniente recordar que no se puede negociar los principios y valores sobre los que se funda la convivencia civilizada de una nación.
En cierto modo nos toca a todos reaccionar con berraquera, para apretarnos el corazón y dejar de lado los odios y, al mismo tiempo para exigir a quienes están en la mesa de las negociaciones que debe primar por sobre todo el bien común de los colombianos, no los intereses de la guerrilla ni los intereses políticos del gobierno. No se puede ceder y conceder nada que vaya contra la verdad y contra la dignidad de los colombianos. Lo contrario sería defraudar las esperanzas de un pueblo.
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