NO ES CARRETA, ES REAL

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Las fiestas clandestinas detectadas en varias ciudades son una muestra de la irresponsable actitud y desapego a las normas de aislamiento social.

Mientras la pandemia avanza y hace lo suyo, resulta cada vez más evidente el escaso autocuidado que exhiben numerosos grupos de ciudadanos frente al riesgo de contagio. En Cartagena, la Policía reportó 600 fiestas clandestinas y 720 riñas durante el puente festivo y en plena vigencia del toque de queda. En Cali fueron 270 las rumbas en las que tuvo que intervenir la autoridad y en Rionegro, Santander, un festejo que violaba la cuarentena, y que intentó ser controlado, terminó con 5 uniformados heridos y en asonada contra la sede de la institución.

En Sucre más de lo mismo. Tres policías lesionados al ser atacados con palos y piedras por varias personas que incumplían el toque de queda en Colosó y en el corregimiento Las Flores del municipio de San Marcos, el sacerdote Néstor Bertel estuvo a punto de ser agredido, con un machete, por un hombre, a quien le pidió respeto por las normas del aislamiento obligatorio. En Barranquilla, la Patrulla COVID ‘apaga’ fiestas cada fin de semana e impone comparendos a ciudadanos que a diario insisten en saltarse las medidas decretadas.

Preocupa que el momento más crítico de la pandemia, que llegará en junio con un marcado ascenso de la curva de contagios, encuentre a tantas personas protagonizando estos lamentables casos de indisciplina social, que no tienen relación alguna con la imperiosa y comprensible necesidad que obliga a los más vulnerables a salir a las calles para rebuscarse lo del diario. Esta desafortunada falta de compromiso ciudadano refleja la inconsciencia o la incredulidad de quienes están convencidos que el coronavirus no les tocará, así lo tengan a la vuelta de la esquina con un familiar o un conocido enfermo. La irresponsable actitud y desapego a las normas de estas personas las expone a convertirse en un factor de riesgo para ellas mismas y para sus entornos.

El aislamiento obligatorio o la cuarentena, que comenzó en Colombia hace más de dos meses, logró guardar a millones de ciudadanos en sus casas durante las primeras semanas. En Barranquilla, por ejemplo, según datos de Waze y Google, el tráfico disminuyó en casi un 90%. Este extraordinario empeño mantuvo el virus contenido y permitió ganar tiempo para sumar 1.708 camas de hospitalización hasta llegar a las 41.697; 257 de cuidados intermedios para completar 3.424 y 909 camas UCI, con las que se alcanzan 6.255 en todo el país. Además, hoy ya operan 60 laboratorios que están procesando más de 12 mil pruebas al día y la meta es llegar a más de 16 mil.

Son noticias alentadoras, pero no para cantar victoria ni mucho menos para considerar que este desafío contra la COVID-19 está ganado. Los esfuerzos institucionales se quedarán cortos o resultarán insuficientes si no hay colaboración de cada persona para cumplir, a cabalidad, con las normas de distanciamiento y otras medidas claves de protección sanitaria que ayuden a evitar la proliferación de la enfermedad. No habrá decreto dictado por el presidente, gobernador o alcalde que sea capaz de contener el virus, si los ciudadanos no se comprometen a cambiar su comportamiento social o su estilo de vida. Sin embargo, del dicho al hecho, hay mucho trecho, y se requieren pedagogía y muchas más actividades de enseñanza sobre autocuidado para concientizarlos del peligro que los acecha.

No es carreta, es real. En Cartagena, la ocupación de las UCI está en el 85% y sólo quedan 27 camas disponibles para atender a pacientes que las requieran por su condición crítica. Un asunto de vida o muerte.

En el Caribe colombiano, pedir a familias numerosas residentes en casas pequeñas que permanezcan encerradas, con calor y sin luz, puede ser demasiado pretencioso. Salir a las terrazas es una opción viable, pero de ahí a armar una verbena en la esquina con amigos, trago y el picó a todo timbal, es un despropósito que atenta contra la salud general.

Contrarrestar el virus no solo es tarea del gobernante, del médico o del policía. Es una responsabilidad de todos. Quejarse menos y actuar más. Si no se asume este esfuerzo, de manera individual y colectiva, será realmente imposible que se obtengan resultados positivos. Y el tiempo va corriendo.

COVID-19-Editorial EH-EL HERALDO-

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