Hastío democrático

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Es probable que gane un populista. Pero la política no se acaba después de elecciones.

Por: Por Gustavo Duncan 

El repunte de Rodolfo Hernández en las últimas encuestas revolcó el panorama electoral. Se pensaba que la competencia iba a ser entre un populista de izquierda y un político cercano al establecimiento. Ahora hay posibilidades de que la segunda vuelta sea entre dos populistas.

Así Hernández no pase a la segunda vuelta, el respaldo a dos proyectos populistas es señal de que en Colombia hay una enorme frustración con la política tradicional, que eventualmente se extiende a las instituciones democráticas. Los colombianos parecieran preferir a un dirigente que ofrezca resultados concretos en temas como la desigualdad, la pobreza, la corrupción, etc., sin importar que pasen por alto las normas de la democracia y su sistema de pesos y contrapesos. Es una suerte de hastío con la democracia por el incumplimiento de las promesas por la clase política, por tantos escándalos de corrupción y por la sensación de que, al final de cuentas, siempre se favorece al establecimiento.

No es solo una tendencia en Colombia y Latinoamérica. En otras democracias hay malestar porque la gestión de los gobiernos no está a la altura de las crecientes expectativas de la población. Tantas discusiones inocuas, trámites absurdos, burocracias, intermediarios y recursos despilfarrados para lograr resultados a medias, que matan la confianza de la gente, constituyen una oportunidad de oro para los demagogos. Trump, Johnson en Inglaterra y los casos de Italia, Hungría y Polonia han seguido ese mismo patrón de un líder populista que promete resultados irrealizables sobre la base de pasar por encima de la prosopopeya y las restricciones normativas que supone la toma de decisiones en la democracia.

No importa cuán descabelladas sean las promesas. La clave está en la construcción de una narrativa sencilla y contundente que se sintonice con las intuiciones de los votantes acerca de las razones de su descontento con el régimen político. Las redes sociales –Facebook, Twitter, Instagram, TikTok– y los formatos que ofrecen para difundir estos mensajes sencillos y contundentes facilitan el trabajo de los demagogos.

“No importa cuán descabelladas sean las promesas. La clave está en la construcción de una narrativa sencilla y contundente que se sintonice con las intuiciones de los votantes”.

La gente escucha lo que quiere escuchar, reafirma su posición política, sus ilusiones de un gobierno que verdaderamente lo represente y despeja cualquier duda o matiz que pueda tener acerca de sus dirigentes.

Petro y Hernández hacen exactamente lo mismo. Prometen avances sociales muy por encima de las posibilidades reales de gestión y de los recursos disponibles. Crean la ilusión de que pueden materializar sus promesas porque van a pasar por encima de la clase política y de las normativas democráticas que constituyen las trabas para cumplir las expectativas de la gente. Ambos ya se aventuran a decir que perseguirán a los enemigos del pueblo.

Por supuesto que los dos proyectos populistas son muy distintos entre sí. Petro ofrece reivindicación de los sectores populares y castigo a la política tradicional que no acepte su oferta de perdón a cambio de lealtad. Toda una mezcla de redentor, liberador de pueblos y profeta del medioambiente. Hernández ofrece un hiperpragmatismo en la gestión pública en contra de corruptos y burócratas. Es la versión hiperbolizada del hombre colombiano con pantalones que hace las cosas correctas.

Es probable que la suerte esté echada, que gane el hastío democrático y el próximo presidente sea un populista. Pero el país no debe resignarse a un destino fatalista. Las trayectorias de los populistas divergen significativamente. En unos casos salen del poder sin daños de larga duración en las instituciones como en Ecuador. En otros, como en Venezuela, se atornillan al poder. Depende mucho de cómo la oposición, las otras ramas del poder y la sociedad civil preserven las instituciones democráticas.

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