Polarización

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Por: Alejandro Riveros González

Somos similares aunque tengamos opiniones contrarias. Podemos avanzar a pesar de las diferencias.

La polarización ya existía aun cuando no teníamos la palabra para definirla. Líderes de opinión, periodistas y políticos hoy destacan la división ideológica que existe en el país como si fuera un escenario ‘sui generis’, una novedad asombrosa que nos ha tocado vivir en estos tiempos. No es así.

Hablar de la polarización de forma escandalosa es un acto discursivo que busca resaltar de forma exagerada que en Colombia hoy pensamos diferente y que no elegimos lo mismo. ‘Vaya novedad’ en el país del fratricidio perpetuo que ha buscado inútilmente resolver las diferencias con muertos.

La dificultad para acordar en medio de las discrepancias nos ha costado; nos ha matado sin hacernos más fuertes. Podemos rastrear la polarización por lo menos hasta inicios del siglo XIX, cuando libertadores descalzos y vestidos de harapos se juntaron para liberar a este territorio de la administración española.

Estas batallas no fueron entre colombianos y españoles, fueron entre paisanos patriotas y realistas, vecinos que diferían en su concepción de nación. Cuentan que el general Juan Antonio Monet y su contraparte, el general José María Córdova, minutos antes de iniciar la pelea en las laderas del Condorcunca, permitieron a los dos ejércitos enemigos saludarse entre sí, pues había familiares y amigos al otro lado. Luego del abrazo, lágrimas y la despedida final, la matanza se inició.

Una vez desterrada la corona de este suelo, tampoco nos pusimos de acuerdo en la forma de autogobernarnos. Federalistas y centralistas; bolivarianos y santanderistas mantuvieron al país dividido. Muertes, traiciones y conspiraciones nos marcaron en una época de patria bipolar.

Y si nos asustan los insultos en Twitter entre la izquierda y la derecha, nuestra historia de polarización con la que se inició el siglo pasado nos debe horrorizar. En la guerra de los Mil Días se enfrentaron por el poder y la participación política conservadores y liberales radicales. Aún los historiadores no saben con certeza si la cifra de muertos llegó a 30.000 o a 100.000.

Lo que vino después fue más de lo mismo: la Violencia, el Bogotazo, el nacimiento de las guerrillas marxistas, el asesinato de líderes políticos, la lucha por el poder entre partidos. Siempre divididos gracias a un irracionalismo ‘popperiano’ que ha traído un dogmatismo que niega la razón.

Ya sin muertos, pero en un campo de batalla mediático que llegó incluso a los comedores familiares, el país se dividió entre los del Sí y los del No. El apoyo y oposición a los acuerdos de paz del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc definió la agenda de varios años. Desde ahí el término polarización entró en boga, sin darnos cuenta de que nos ha acompañado eternamente.

Nuestra historia la define una polarización continua. Somos esa serpiente que confunde su propia cola con la de otro animal y comete autocanibalismo sin querer. Somos uróboros inconscientes que se esfuerzan inútilmente por reaccionar en contra del otro.

No hay que salir con antorchas y tridentes para eliminar lo que polariza. Solo debemos darnos cuenta de que somos similares, aunque tengamos opiniones contrarias, y de que podemos avanzar a pesar de las diferencias.

Así lo hizo Finlandia luego de una cruel guerra civil entre conservadores, y la Guardia Roja luego de independizarse de Rusia. Reflexionaron, hicieron cambios selectivos y crearon un consenso nacional hacia objetivos comunes. Algo similar a lo que Álvaro Gómez Hurtado denominaba “un acuerdo sobre lo fundamental”, sobre los valores y las prioridades.

Solo hasta que lleguemos a ese punto podremos progresar a pesar de esa polarización que siempre va a estar con nosotros.

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