Redescubrir al maestro Botero para celebrar sus 90 años

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Para la celebración de su cumpleaños, hoy se inaugura en el Museo de Antioquia una exposición que propone otra mirada de su obra. Hay programación todo el día.

El Museo de Antioquia y EL COLOMBIANO celebran hoy en el Museo este simbólico cumpleaños del maestro Botero. La entrada es gratuita. Entre las actividades está la apertura de una exposición con obras poco conocidas del artista. Botero sigue pintando.

El Museo de Antioquia y EL COLOMBIANO celebran hoy en el Museo este simbólico cumpleaños del maestro Botero. La entrada es gratuita. Entre las actividades está la apertura de una exposición con obras poco conocidas del artista. Botero sigue pintando. Homenaje.

Cristo ha muerto (2011) es una reinterpretación de Lamentación sobre Cristo Muerto (1475) de Andrea Mantegna.

Cristo ha muerto (2011) es una reinterpretación de Lamentación sobre Cristo Muerto (1475) de Andrea Mantegna.

En la sala, las obras de Botero conversan con trabajos de algunos de contemporáneos latinoamericanos, que también hacen parte de la colección del maestro.

En la sala, las obras de Botero conversan con trabajos de algunos de contemporáneos latinoamericanos, que también hacen parte de la colección del maestro.

A pesar de los cambios en los temas y sus interpretaciones, que pueden ser profundos, Botero permanece fiel al culto a la forma y al estudio de la Historia del Arte.

A pesar de los cambios en los temas y sus interpretaciones, que pueden ser profundos, Botero permanece fiel al culto a la forma y al estudio de la Historia del Arte.

El Museo de Antioquia y EL COLOMBIANO celebran hoy en el Museo este simbólico cumpleaños del maestro Botero. La entrada es gratuita. Entre las actividades está la apertura de una exposición con obras poco conocidas del artista.

Cristo ha muerto (2011) es una reinterpretación de Lamentación sobre Cristo Muerto (1475) de Andrea Mantegna.

En la sala, las obras de Botero conversan con trabajos de algunos de contemporáneos latinoamericanos, que también hacen parte de la colección del maestro.

A pesar de los cambios en los temas y sus interpretaciones, que pueden ser profundos, Botero permanece fiel al culto a la forma y al estudio de la Historia del Arte.

Cuando por fin logra encontrar un estilo, Botero crea un mundo ideal, abundante, idílico; en un pueblo colonial latinoamericano, que bien puede ser Marinilla, o cualquier otro de principios del siglo XX, con tejas de barro, ventanales y señores elegantes. Es un mundo lleno de tipos, donde ninguna figura es alguien específico: un abogado es un señor con un libro, corbata y sombrero; una señora es una señora cualquiera, que mira a la nada. Ese mundo idílico empieza a resquebrajarse con la muerte de Pedrito Botero en la década de los 70. Ahí, para el curador del Museo de Antioquia, Camilo Castaño, empieza el movimiento pendular en la producción del maestro, entre la celebración de la pintura y la realidad inevitable.

Esa es la narrativa que se puede percibir en la exposición del Museo de Antioquia, que abre hoy sus puertas como una de las actividades para festejar los 90 años del maestro, una celebración para la que unieron esfuerzos el museo y EL COLOMBIANO

La muestra empieza mostrando el Botero temprano, que se está buscando a sí mismo; luego deja ver el mundo ideal que construye (que es el más famoso), y termina con la tragedia del Viacrucis y todo el sufrimiento que implica: el dolor de María, la muerte de Jesús, la traición de Judas, la indiferencia del pueblo. Pasa de las figuras que no miran a los ojos, al sentimiento humano y personal.

El artista eventualmente sale de la arcadia latinoamericana artificial, para terminar pintando la violencia en Colombia y la crueldad del ejército estadounidense en Irak. Según Castaño, ya la sangre no es el color rojo que utiliza, por ejemplo, en su serie sobre la tauromaquia, sino que es sangre; los personajes no son arquetipos, sino que tienen un carácter y un dolor.

La nueva lectura que se plantea desde el Museo no solo se evidencia en estos cambios, también en las conexiones que busca.

Conversación con colegas
Se escucha con frecuencia que Botero es de pocos amigos, no compartió mucho con contemporáneos en grupos de creación ni tuvo colegas cercanos, un fenómeno poco común en el mundo del arte.

Dijo recientemente Aníbal Gil, en entrevista con este diario, que no era alguien que le gustara mucho ir a clases, sino que tenía una idea muy clara de lo que quería con su arte, y que prefería escuchar la crítica, a recibir instrucción. A pesar de haber recibido educación formal, siempre se ha hablado de que fue muy autodidacta, su salón de clases eran los museos europeos y sus maestros aquellos lo suficientemente consagrados para hacer parte de esas paredes canónicas: Andrea Mantegna, Velásquez, Miguel Ángel, Caravaggio, Gauguin, Tiziano, El Bosco, El Greco, Alberto Durero, Rubens, Giotto (ver artículo página 26).

Eso es claro en su obra, por las referencias a las que acude, los guiños que hace y se pueden señalar en la muestra, especialmente en la parte del Viacrucis, que trata temas clásicos como la Piedad o el Ecce Homo. Aquí aparece Jesús en la Historia del Arte, y también discutiendo con lo contemporáneo como en Crucifixión (2011), donde Jesús está en la cruz y atrás aparece Nueva York, que no repara en él, para mostrar esa falta de conexión espiritual de la ciudad americana.

La crítica ha señalado a Botero como un pintor de otro tiempo, manierista o renacentista, incluso barroco. Conocía a sus contemporáneos, pero no hacía lo mismo que ellos. Estudió y exploró las vanguardias del siglo XX, pero no en el sentido más literal. Se mantuvo fiel a sí mismo, incluso se relaciona con los temas contemporáneos, desde su estilo. A pesar de haber renovado sus temas, conserva la pasión por la pintura y por la forma, y desde ahí se comunica.

La curaduría de la muestra quiere poner en evidencia esas conversaciones que no son tan literales, con sus referentes más cercanos, por eso incluyó obras del mexicano Rufino Tamayo, el chileno Roberto Matta y el cubano Wilfredo Lam, que hacen parte de la donación del maestro.

“El sentido de tener estos referentes es enmarcar a Botero dentro del contexto de los artistas latinoamericanos, que establecieron unas rupturas muy importantes, que luego Botero va a llevar un poco más allá en algunos casos, dentro de todo el clima vanguardista”, explica Castaño.

Otras caras
En la exposición hay obras poco vistas, como las fotos que el francés Felipe Ferré le tomó al artista en su estudio en París, a principios de los años 70, donde se le puede ver en el ejercicio de pintor y escultor, así como en relación con la escala de su obra, que siempre tiende a lo monumental. Para Castaño es especialmente significativa la imagen con la pintura de su hijo Pedrito Botero, antes de que falleciera en un accidente de tránsito, que lo muestra alegre, sin el dolor de la tragedia, que lo marcará.

Botero donó más de lo que hay exhibido en el Museo, y definió, con su esposa Sophia Vari, cuáles obras y cómo se mostrarían (disposición que todavía se conserva), es por eso que algunas han estado en el archivo, pero en la nueva exposición se permite otra curaduría y se deja ver, por ejemplo, Un abogado (1994), que fue robada de la bodega del Museo en 2002, camuflada como reciclaje, y luego apareció en un lote cerca al aeropuerto El Dorado de Bogotá. Y Sin título (1994), que habla del tema clásico Filis y Aristóteles, una leyenda medieval que advierte cómo un hombre virtuoso puede sucumbir ante las tentaciones de la carne.

Igual se puede ver, en dos videos, parte del archivo documental que se tiene sobre el artista. Una selección de más de 1.200 documentos, desde 1958 hasta 2017, que dan cuenta de su vida, su éxito internacional y su conversión a fenómeno cultural.

A pesar de ser un artista amante de lo clásico y la historia, en apariencia poco abierto al diálogo, la muestra deja claro que sigue abordando las preocupaciones contemporáneas, que su obra sigue viva y tiene mucho por decir. Desde esa historia, que al final comparten y aprenden todos los artistas, se conecta con referentes actuales, incluso del cine y la cultura popular, pues conversan en ese lenguaje.

La muestra hace parte de un esfuerzo del Museo de renovar las aproximaciones a su colección, producir nuevas miradas al patrimonio que alberga, refrescarlo y mostrar que aún hay mucho por decir. Para Castaño es un primer esfuerzo, que se espera marque una renovación a las narrativas. Este ha permitido dejar en claro que a los 90 años del maestro, su obra tiene muchas lecturas pendientes, tan monumentales como ella misma

Tomado de El Colombiano

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