Pascua en Siria, “como una noche oscura antes del amanecer”

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L’Osservatore Romano comparte el testimonio del Vicario Apostólico de Alepo desde un país en el que la pobreza hace estragos y toda una generación sólo ha visto la guerra.

Valerio Palombaro

Toda una generación de jóvenes en Siria no ha conocido otra cosa que la guerra. Trece años después del inicio del desastroso conflicto -que estalló en marzo de 2011 a raíz de la represión de las protestas populares contra el presidente Bashar Al Assad, con su terrible legado de más de 500.000 muertos-, los niños sirios que nacieron entonces entran en la adolescencia en un contexto de precariedad, infancia negada y pobreza extrema. “Para la población siria, la situación hoy es peor que al principio de la guerra”, explica a nuestro periódico el padre Hanna Jallouf, vicario apostólico de Alepo: “Es cierto que hay un alto el fuego en parte del país, pero el coste de la vida es terrible y la pobreza está en todas partes”.   

La Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (UNOCHA) estima que casi tres cuartas partes de toda la población, es decir, 16,7 millones de personas, necesitan ayuda. El alto coste de la vida y la inflación, prosigue el prelado, “son comunes a toda Siria y es algo que realmente da miedo. Hoy en día, un empleado no puede ganar 30 dólares al mes, mientras que se necesitan al menos 300 para vivir. Un kilo de carne cuesta 250 liras sirias, es decir, casi 15 dólares, y el salario medio de una familia con hijos no alcanza para un plato de pasta y carne. La gente vive realmente en condiciones inverosímiles, hay una pobreza descomunal y es la primera vez en Siria que se llega a este punto”.       

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Según Jallouf, “vivimos como en una oscuridad antes del amanecer”. En efecto, Siria nunca ha visto el alba tras los años más oscuros del conflicto y sigue buscando una paz verdadera. Desde marzo de 2020 está en vigor un alto el fuego, y gran parte del país vuelve a estar bajo el control de Assad. Pero más de una década de guerra civil entre el gobierno y los grupos islamistas ha cambiado radicalmente Siria. En la actualidad, en el país pueden identificarse al menos tres zonas de influencia: la mayor es la denominada “Siria útil”, que se extiende desde el Mediterráneo hacia la capital, Damasco, y el sureste, bajo control gubernamental; después, la zona de Rojava, en el noreste, donde hay áreas de autonomía kurda bajo protección estadounidense; por último, el noroeste, entre Idlib y la periferia de Alepo, donde se concentra la mayoría de los desplazados internos, una zona bajo influencia turca en la que permanecen activos los últimos focos de oposición y donde siguen presentes grupos islamistas como Hayat Tahrir al Sham (antiguo Al Nusra).             

“La crisis siria no puede resolverse con limosnas. Hace falta una solución política que se ha olvidado”, declaró recientemente a la agencia Sir el nuncio apostólico en Siria, el cardenal Mario Zenari. También por la atención desviada a otros conflictos, como el ucraniano y el que enfrenta a Israel y Hamás, la diplomacia occidental parece alejada de la crisis siria. Más activo, como demuestra la 21ª reunión celebrada a finales de enero, es el “Formato de Astaná”, que desde 2016 ve sentarse a la misma mesa a Irán, Turquía y Rusia junto al gobierno y la oposición sirios.

Pero las desavenencias son abundantes y la solución del conflicto sigue siendo un espejismo. Especialmente desde el 7 de octubre, la violencia se ha intensificado en el norte de Siria y en la gobernación de Deir El Zor, más al este. Mientras que los bombardeos del gobierno y los aliados rusos nunca han cesado del todo en la provincia de Idlib, en el noroeste. El último informe de la Comisión Internacional Independiente de Investigación, que opera en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, muestra que en el segundo semestre de 2023 se produjo la escalada de violencia más significativa en Siria desde 2019.      

Siria también sigue sufriendo la mayor crisis de desplazados del mundo, con más de 12 millones de personas obligadas a huir de sus hogares. Los refugiados serían más de 5 millones, la mayoría en las vecinas Turquía y Líbano, y los desplazados internos casi 7 millones. En estos 13 años se ha desplazado a tanta gente, que incluso hoy hay muchos jóvenes que están pensando en salir fuera, incluso tomando la ruta marítima”, declaró el Vicario Apostólico de Alepo a “L’Osservatore Romano”.  Las estadísticas de la ONU indican que unas 500 personas abandonan Siria cada día.

En este contexto, la población cristiana también se ha reducido de forma drástica. “Antes constituíamos el 7% de toda la población siria, mientras que hoy no llegamos ni al 3%”, afirma el religioso franciscano. Por ejemplo, en el norte, de mayoría kurda, todos los pueblos cristianos se han vaciado y la gente ha migrado al extranjero. “En las tres aldeas cristianas del valle del Orontes -Knayeh, Yacoubieh y Gidaideh, en el noroeste-, de los 10.000 fieles que éramos, sólo quedan 700. Antes había 10 sacerdotes para 4 comunidades religiosas, mientras que ahora sólo hay 2 frailes franciscanos para llevar el barco”.

El padre Jallouf explica que la Iglesia local intenta ayudar “a nuestra gente y a los demás, entregando alimentos y medicinas o llevando a cabo pequeños proyectos”. Pero la crisis económica golpea y en febrero de 2023 se suma un terremoto. “En Alepo, Latakia e Idlib, nuestras casas quedaron destruidas. En la provincia de Idlib, el 80% de las casas fueron destruidas y la situación es muy difícil en los pueblos cristianos también por la dificultad de recibir ayuda internacional.” “Vivimos una situación dramática en el silencio internacional”, concluye el Vicario Apostólico de Alepo, quien encuentra valor en la historia de resiliencia de un pueblo como el cristiano de Siria “que resiste desde hace siglos”: “La fe no falta y en este tiempo pascual es fuerte la esperanza de que el Señor no nos abandona”.

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