Las elecciones del miedo

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Miedo, confusión, incertidumbre, conflicto, esperanza, cambio, son palabras que se repiten hoy una y otra vez, en vísperas de la jornada electora

Unos tienen miedo a perder privilegios, otros tienen miedo de no lograr los sueños.

Miedo impuesto, miedo vendido como ungüento electoral.

Confusión alimentada por los grandes medios y las redes sociales porque la información, considerada motor de cambio y fuente de emancipación, se convirtió en herramienta de engaño y factor generador de odio.

Incertidumbre por un futuro desconocido, porque nadie sabe cómo reaccionará cada bando en discordia.

Cualquiera sea el resultado de las elecciones de este domingo 19, los colombianos deben moderar y ajustar las expectativas al nivel de la realidad.

En Colombia no habrá ni cambios bruscos ni cambios sociales significativos porque la GOBERNABILIDAD pasa por el Congreso de la República, vaticano del “statu quo”, muralla china contra el cambio.

Gustavo Petro tiene una bancada propia con 20 senadores, que no hacen mayoría, pero constituye una base de partida en cualquier negociación.

Rodolfo Hernández no tiene bancada, lo cual lo hace más vulnerable a las presiones de los partidos tradicionales y de los grupos de poder enquistados en el Congreso. Hernández tendrá que negociar más y ceder más hasta el punto de desvirtuar sus propias promesas electorales.

Además, aunque en Colombia existe el “voto programático”, la historia demuestra que ningún gobernante cumple las promesas electorales. Si las cumplieran, viviríamos en el paraíso y no en uno de los países más desiguales del mundo.

El Estado tiene una limitada capacidad fiscal, porque el presupuesto se lo comen la corrupción y el desbordado gasto burocrático. El Congreso nunca pasará una reforma tributaria que imponga más impuestos a los ricos o a las empresas. Si analizan todas las reformas tributarias, verán que siempre a las rentas más altas y a las empresas les hacen exenciones y se carga de tributos a la clase media, a la cual se le cobra por trabajar.

En estas condiciones, las reformas sociales prometidas en campaña no se verán en la práctica.

Por eso hay que bajar las expectativas y adecuarlas a la “realpolitik”, para que la frustración no sea apabullante.

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